Sobre Antonio Peláez Lamamié de Clairac

"Era muy personal en su concepción de una ganadería. Escuchaba a todo el mundo, pero tenía una idea muy personalizada de cómo llevarla. Quería un toro que ya no quería nadie. Con casta, muy bravo, pero noble. Ha luchado mucho a contra corriente. Siempre es muy duro. Se ha llegado a un punto en el que todos quieren un toro primero noble. Y lo que quieren saber los toreros es cómo sale el otro en una ganadería determinada. ¿Cómo es el malo? Cuando estaba en su máximo apogeo mi hermano Antonio, con un prestigio innegable en Bilbao y Madrid, fuimos a la Coruña con una corrida para Ortega Cano, Espartaco y César Rincón, que el año anterior había estado cumbre con otro toro de casa. Ese cartel era el no va más de aquellos años. Salieron cuatro toros muy buenos, cortaron orejas, pero salieron otros dos que pidieron los papeles. No es lo mismo el que no es bueno de una ganadería determinada y se para o se raja, que el de otra que enseña los dientes y pone a todo el mundo en fila… Este es el problema de la casta: cuando es buena, todo es maravilloso, pero cuando sale mala, llega el problema. Con el malo encastado es muy difícil ponerse delante y por eso los toreros no lo quieren. Pero para tener el bueno, hay que asumir el riesgo de que te salga también el malo. Y mi hermano Antonio prefería correr ese riesgo que criar unos toros más dulces, que él llamaba borregos. Por supuesto, de la corrida lidiada en La Coruña, los taurinos sólo se acordaron de estos dos, y a partir de ese día la ganadería se vio marginalizada. Las figuras dejaron de matarla. Nos llevamos todos los premios a la mejor corrida de la feria pero fue un revulsivo. Fue la clave. Nos hizo mucho daño. Dos toros acabaron con casi un siglo de historia”.

Vía: Opus 14 de Tierras Taurinas