apareció el Castaño que deseábamos ver; decidió poner orden en el caos intelectual y material del festejo; fijó al bicho a bastante distancia del caballo, prácticamente en los mismos medios, y Tito Sandoval, uno de esos varilargueros que aun reúnen condiciones para inscribir su nombre en el libro áureo de los picadores, citó, desde su sitio, alegrando al toro, dando los pechos del caballo, consiguió que se le arrancara el toro y le puso en hierro en los rubios. Fue un encuentro fugaz, de un instante, sintió el hierro, cabeceó y salió huido del envite. Castaño lo recuperó, volvió a colocarle en los medios, si cabe un poco más lejos, y Sandoval volvió a hacer la suerte como emociona, con gracia, donosura y verdad, y el bravucón volvió a arrancarse. La gente se levantó de sus asientos, de su apatía y de sus bostezos. Era la suerte de varas recuperada. Aun menos que el anterior encuentro duró éste, el toro volvió a sentirse dolido y salió nuevamente suelto. El castigo aun era insuficiente, y Castaño volvió a lidiar, a llevar al toro al platillo central y tras un recorte, lo dejó nuevamente en suerte… Tito –con nombre de emperador romano de los Flavios- citó e hizo la suerte como los cánones ordenan, y por tercera vez –sin contar la de tapadillo en toriles- el toro se arrancó alegre al caballo. Hubo un relampagueante encuentro, antes de dolerse al hierro y despedirse con coz inclusa del peto. No era un toro bravo, era una suerte brava y un bravo al picador y a su lidiador. La gente se puso en pie y ovacionó al varilarguero, como lo hizo días atrás con Meléndez; debió dar, como debió hacerlo aquél, la vuelta al ruedo, como lo hemos visto hacer antaño, aunque sea por el callejón, a pie, agradeciendo los nutridos y prietos aplausos.Rafael Cabrera en el blog Recortes y Galleos
Foto 1: Terres Taurines
Foto 2: Juan Pelegrín
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