RAZONES
DE LA EUFORIA
EQUINA
Tras
dos tardes de fiascos isidriles, el sábado me acerqué a Las Ventas
con una curiosidad meramente sociológica: decidí analizar al
público de las corridas de rejones y realizar un minucioso informe
titulado: “A
caballo ellos son felices mientras que a pie nos deprimimos. Razones
de la euforia equina”.
Con ese objetivo me dirigí a Las Ventas en tarde bochornosa y lo
primero que presencié fue la multiplicación de los niños y las
tarteras. Todo el mundo llevaba en la mano una tartera. O en su
defecto un niño. También comprobé que la vestimenta del paisanaje
variaba de una corrida de toros a un festejo de rejones: en los jacos
se veía más colorín, más polo de rayitas y menos camisa ceniza.
Eso sí: cuando atravesé el patio de arrastre no reconocí ni a la
muchacha que reparte el programa de mano. Todas las caras me
resultaron nuevas, sonrientes y distendidas. Rostros sabáticos. Allí
no se veían esas miradas asesinas del abonado que un martes ha
salido tarde del trabajo, a poco se mata derrapando en el metro y
llega a la plaza echando el bofe y, de paso, la bilis por el último
petardo venteño. Estoy convencida de que los rejones alargan la vida
mientras que el toreo a pie le pega un tajo de varios años. Y no es
para menos: el ambiente bullanguero se apreciaba desde que sonaron
clarines y timbales. El paseíllo de los jacos dura diez minutos y es
amenizado por la banda de música que no se priva de nada: “Francisco
Alegre”,
“La
morena de mi copla”…
salvo “Mi
jaca”,
interpreta todo el repertorio. A las siete y diez, cuando
habitualmente en una corrida a pie ya se ha derrumbado el primer
toro, en los rejones todavía van por el paseíllo, con los
caballitos pegando cabriolas por mitad del redondel al son de los
pasodobles.
Al
no ser motivo de mi estudio, no analicé en profundidad cuántas
banderillas clavaron
por toro ni cuántos bichos componían la caballería. Con la jarana
y el palmoteo, reconozco que perdí la cuenta. Porque en los jacos se
aplaude mucho. Parece que la plaza se va a caer en cada faena. A
veces, incluso, el manoteo se realiza al compás de los caballos: al
paso y al trote aún es posible seguir el ritmo, si bien al galope
llega la más profunda descojonación. Por no hablar de las orejas,
que se piden con un fervor ilimitado. En el ecuador de la embriaguez,
mientras un caballo solitario corría cerca del tendido 2 y su
caballista daba la enésima vuelta al ruedo, vi cómo alguien del
público arrojaba una sandía con vehemencia.
Tampoco
crean que es oro todo lo que reluce: en los rejones también se echan
toros
al corral. Algunos asuntos son universales a pie, a caballo y a
cohete. Un poco antes de salir los cabestros, una mujer muy
emocionada exclamó:
- ¡Va a salir Florito… y eso no se ve todos los días!
¡Ay,
señora, si yo le contara! Cuánta ternura e inocencia se respiran en
los jacos (aunque reconozco mi decepción al ver que Floro no
apareció montado a caballo para dirigir a sus bueyes). Allá donde
fueres haz lo que vieres, Floro.
Dejando
a un
lado detalles así, este sábado casi contemplé dos Puertas Grandes.
Y digo “casi” porque me largué al cuarto, por lo que me quedé
con la duda de quién saca a los jacos en hombros. Da lo mismo. El
meollo de la cuestión es el siguiente: ¿cuánto tiempo hace que no
vemos cortar cinco orejas en Las Ventas? ¿Desde cuándo no enloquece
la plaza de Madrid? ¿Los aficionados del toreo a pie somos masocas o
sencillamente pringados?
Todas
estas dudas me asaltaban hasta que llegué a casa y repasé otras
noticias de la actualidad taurina. En
Jerez, Padilla y Cayetano se habían repartido seis orejas con una
corrida de Juan Pedro Domecq. El día anterior, en la misma plaza
gaditana, El Juli, El Fandi y Manzanares pasearon ocho apéndices y
un rabo ante toros de Núñez del Cuvillo. Un poco más tarde, el
domingo, en Valladolid, Morante, El Juli y Manzanares cortarían
cinco orejas a seis ejemplares de Victoriano del Río.
Fue
entonces cuando llegué a la conclusión de mi análisis ecuestre:
poco
a poco, el toreo a pie también se está contagiando de la euforia
equina. Los caballos, por motivos obvios, nos sacan algunas cabezas
de ventaja, pero el recorrido es el mismo: menos exigencia, más
tarteras y grandes dosis de alegría pal´cuerpo. Todas las plazas,
antes o después, irán cayendo. O cambiamos el rostro de mala leche,
compramos camisas multicolores y le cogemos gusto al circo o nos
aficionamos a otra cosa. Ésta es la Fiesta que viene a galope
tendido, queramos o no.
En
cuanto a mí, con todos mis respetos, no sirvo para los jacos.
Gloria
Sánchez-Grande
De acuerdo total con esa entrada. El rejoneo no se puede asimilar a la corrida de toros. El rejoneo es circo, cada postura, del caballero o del caballo, cada gesto sirve solo a pedir aplausos y trofeos, el pùblico no puede ser qualificado de aficionado, sino del circo y de animales de este circo tàn particular, porque se matan toros afeitados cansados y hartos de galopar detràs caballos perfectamente enseñados.
ResponderEliminarPara mi, aficionado, un espectàculo para gente que quiere solo divertirse, un espectàculo que que no sirve la causa de la fiesta brava que se muere. Al contrario!
Hola tocayo Pierre, un placer leerte...buena entrada Gloria
ResponderEliminarPgmacias