viernes, mayo 04, 2012

Sobre la casta

Escribe Rafael Cabrera, les enlazo a su último post y copio unas lineas:
Probablemente a muchos críticos les guste más el toro ñoño e inválido, ese que sale día sí, día también, el que se mueve de forma sumisa y borreguil ante el engaño, el que se cae sin cesar durante toda la lidia y apenas puede con el rabo, el que se mueve penosamente entre la muerte súbita y el derrumbe estrepitoso, el que entra al paso como a cámara lenta, el que anda –cuando lo hace- arrastrando pies y manos. Ese es el toro que se canta como prodigioso tantos días, y a ese -apenas semoviente- se le hacen esas mil faenas portentosas que aclaman y proclaman tantos. A nosotros, sin embargo, nos gusta el toro en su integridad y el torero honesto que puede con él, lo domina y somete al mandato de su muleta, y añade las imprescindibles gotas –o torrentes cuando así se poseen- de clase, arte y estética. Pero siempre con la verdad por delante; con el toro de lidia y no con la babosa borreguil indecente y medio muerta.
(...)
Se ha buscado un toro tan cómodo para el torero, que no le moleste y exija tan poco en su embestida, que entre a una velocidad tan exigua y moderada –siempre sin excesos-, que se ha ido fabricando el antecesor directo del toro manso y descastado. En los propios estudios genéticos de la Unión de Criadores, para valorar la bravura, la movilidad y la acometividad –dos de las características en las que se funda la casta- son condiciones casi antagónicas a la toreabilidad y nobleza, ambas ya muy próximas al carácter de mansedumbre. De ahí que muchas vacadas hayan dado ya ese nefasto paso al frente; y basadas en desechos más o menos selectos –más bien menos- de ganaderías dulces y bobaliconas, se han convertido en un semillero constante de reses sosas, mansas, sin casta, sin acometividad, que deslucen cualquier corrida y a las que sólo algunos escogidos son capaces de sacar algún partido, precisamente aquéllos dotados de una sensibilidad fuera de norma y unas cualidades estéticas excepcionales. La fiesta de los toros, con ello, va camino de un aburrimiento infinito, cambiada desde su misma concepción, de lid en tratamiento terminal de un pobre e indefenso animal preagónico. En las manos de los buenos ganaderos está la única solución: la búsqueda incesante de casta y de bravura y el destierro de ese nefasto término que han dado en llamar “toreabilidad” y que sólo esconde borreguez insulsa en las más de las ocasiones.
Foto: toro de Yonnet fotografiado por Campos y Ruedos 

2 comentarios:

  1. Excepcional post. Nada que añdir

    ResponderEliminar
  2. No cabe mayor exactitud ; enhorabuena por el comentario

    ResponderEliminar