DIMINUTIVOS
Ayer,
a la salida de los toros, mi
amigo Paco resumió la corrida en una sola frase: “El Cortijillo es
un desastrillo”. Qué importan los cataclismos taurinos si, tras
más de dos horas de sopor, puedes tomar una caña con alguien que te
regala un titular así. Los aficionados de Las Ventas sobrellevamos
muchos años el arranque de San Isidro con un clásico: la de
Martelilla. Fueron tantos inicios catastróficos, que acabamos
inmunizándonos; incluso tomándole cariño a la de Martelilla…
illa. Esta vez, la empresa ha decidido respetar la igualdad de género
-¡estos de Taurodelta están en todo!- y cambiarnos el “illa”
por el “illo” del Cortijillo. Queda demostrado que el diminutivo
del masculino es tan catastrófico como el femenino.
Los
abonados a
San Isidro deberíamos ponerle hoy una vela a aquel que dijo: “Lo
importante no es cómo se empieza, sino como se termina”. De lo
contrario, esta feria va a resultar un ruinazo sin diminutivos.
El
menos “malillo” de los toros del Cortijillo fue el colorado que
hizo tercero. Su poca fuerza, encogido y con la lengua fuera desde
las primeras series, impidió aprovechar su nobleza y lo bien que
metía la cara. El resto de los ejemplares que echaron al ruedo los
Lozano acabaron cantando la gallina desde el embroque y rajados en
chiqueros. Ante ellos, el mayor mérito de Miguel Abellán, Leandro y
Antonio Nazaré consistió en su brevedad (hoy día, que “sólo”
suenen dos avisos es una anomalía).
A
las nueve y cuarto estábamos en el patio de arrastre con expresión
de inquietud: este comienzo ha desprendido un tufillo que no se
marcha
ni con los aromas del arte y la culta.
Nota:
Fue
ovacionado Miguel Martín tras parear al tercero.
GLORIA
SÁNCHEZ-GRANDE
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