lunes, junio 01, 2020

CAZARRATA (Rafael Mateos)


La mayor desdicha y logro de Cazarrata es haber llegado a la tauromaquia completamente a destiempo; su aparición resulta, mitad y mitad, un brote tardío y una temprana resurrección. Pero es, desde luego, un milagro, en bruto si se quiere, pero valioso, que muchos no han comprendido todavía. El caso de Cazarrata es milagroso porque, sin embestidas, y desde la mansedumbre, en medio de su brutalidad, baja hasta él la voz grande, la voz rancia de la casta, una voz que había quedado cortada, interrumpida por la tisis del presente. La faena de Sánchez Vara a Cazarrata está llena de desaliño, de insensatez, de bajonazos, es decir, de mala “factura”, pero nos hace sentir que estamos de nuevo en el toreo, que de nuevo se torea, que hemos vuelto a la plaza, al redil español. Sánchez Vara delante de los cuernos de Cazarrata, nos hace espectadores de su valentía, de su arrojo, de su locura; todo ese espectáculo desgarbado, de pueblo, de mezcla de generosidad y miseria, disgusta a muchos, pero claro, son siempre esos muchos que no comprenden, no a Cazarrata -ya que eso quizá no tendría gravedad-, sino que no comprenden nada de la vida, de lo vivo, de lo real vivo, y que son como una clase extraordinaria de mentirosos, de envidiosos profundos, no envidiosos de otras personas, sino de la vida real misma, y por eso intentan retocar la realidad, encontrarle defectos, pero la realidad viva no tiene defectos, no puede tener defectos porque ella no es obra, no es una obra… Cazarrata desagrada, no solo a una gran parte del público, sino a entendidos, porque provoca un espectáculo burdo, desarrapado, torpe, sin comprender que todo eso es Cazarrata, su ser mismo, su naturaleza misma y no su calidad. Su calidad, que si puede ser juzgada, es milagrosa porque se levanta airosamente de un centro que parecía inservible, de desperdicios y de basura, de banderillas negras y capotes rotos.