MANUEL VICENT :
La lidia
En una cafetería de Alexanderplatz de Berlín estoy hojeando el diario EL PAÍS. Leo en la sección de cultura la última exposición de pintura en el Guggenheim, una entrevista con Woody Allen, el éxito de un concierto de rock de los ACDC. Estas noticias encajan a la perfección con esta ciudad y con los seres que tengo alrededor, chicas galácticas, ejecutivos globalizados y marcianos con crestas de gallo. Me creo un tipo moderno con un periódico moderno en las manos que está en sintonía con los edificios alucinantes que han levantado aquí los arquitectos más modernos.
Pero, de pronto, al pasar una página me encuentro en medio de Berlín con la imagen de un toro ensangrentado, traspasado por varios hierros, con la lengua fuera, agonizando a los pies de un extraño matarife recubierto de lentejuelas y remachado en oro falso. La sensación cutre que se deriva de la sección taurina de este diario la he experimentado algunas veces en París, en Estocolmo, en Roma, en cualquier ciudad del extranjero donde esta matanza abyecta de toros en público está fuera de contexto y se atribuye a un espectáculo propio de un mundo perro.
Ahora que nos ha dejado nuestro cronista taurino Joaquín Vidal, cuya excelente literatura siempre era el mejor lance de la corrida, que en el fondo abominaba, puesto que siempre parecía pasarlo muy mal en el tendido; habiendo desaparecido también la insigne figura del fundador de este periódico, José Ortega Spottorno, que tal vez vivió encandilado por el naipe amarillo de toreros antiguos, uno se atrevería a soñar que ha llegado el momento de erradicar de las páginas de EL PAÍS, de una vez para siempre, la sección de la lidia para que el lector sensible no tenga que pasar por la humillación de contemplar, entre una sinfonía dirigida por Claudio Abbado y una conferencia de Steiner, esa morcilla acribillada y sangrante que un día fue en el campo un bello animal. Después de todo, Goya acaba de ser asignado al bando de los enemigos de la fiesta.
Por fin alguien inteligente ha montado en el Museo del Prado una exposición de su Tauromaquia con una lectura rigurosa. Goya expresó con todo su genio aquella España negra de las corridas sin ahorrar ninguna víscera, ningún vómito, ninguna crueldad, como un desastre o un aquelarre más de un país de faca y alpargata que lo aventó al exilio. En los cristales de esta cafetería de Berlín se reflejan los seres más bellos del planeta. ¿Por qué entre ellos este diario me sirve un toro ensangrentado?
Pero, de pronto, al pasar una página me encuentro en medio de Berlín con la imagen de un toro ensangrentado, traspasado por varios hierros, con la lengua fuera, agonizando a los pies de un extraño matarife recubierto de lentejuelas y remachado en oro falso. La sensación cutre que se deriva de la sección taurina de este diario la he experimentado algunas veces en París, en Estocolmo, en Roma, en cualquier ciudad del extranjero donde esta matanza abyecta de toros en público está fuera de contexto y se atribuye a un espectáculo propio de un mundo perro.
Ahora que nos ha dejado nuestro cronista taurino Joaquín Vidal, cuya excelente literatura siempre era el mejor lance de la corrida, que en el fondo abominaba, puesto que siempre parecía pasarlo muy mal en el tendido; habiendo desaparecido también la insigne figura del fundador de este periódico, José Ortega Spottorno, que tal vez vivió encandilado por el naipe amarillo de toreros antiguos, uno se atrevería a soñar que ha llegado el momento de erradicar de las páginas de EL PAÍS, de una vez para siempre, la sección de la lidia para que el lector sensible no tenga que pasar por la humillación de contemplar, entre una sinfonía dirigida por Claudio Abbado y una conferencia de Steiner, esa morcilla acribillada y sangrante que un día fue en el campo un bello animal. Después de todo, Goya acaba de ser asignado al bando de los enemigos de la fiesta.
Por fin alguien inteligente ha montado en el Museo del Prado una exposición de su Tauromaquia con una lectura rigurosa. Goya expresó con todo su genio aquella España negra de las corridas sin ahorrar ninguna víscera, ningún vómito, ninguna crueldad, como un desastre o un aquelarre más de un país de faca y alpargata que lo aventó al exilio. En los cristales de esta cafetería de Berlín se reflejan los seres más bellos del planeta. ¿Por qué entre ellos este diario me sirve un toro ensangrentado?
CODA: ¿Porqué, si soy moderno?. ¿Porqué si se ha muerto Vidal, un taurino “malgré lui?. ¿Porqué si también ha palmado el hijo del filósofo que escribía sobre estas inmundicias?. ¿Porqué si otros finos estetas de mi cuerda han decretado a Don Paco Goya ferviente antitaurino?... ¿Hasta cuando “Catilina torero” abusaras de nuestra moderna paciencia?.
Ha llegado la hora de erradicar, de que los aficionados a la fiesta bárbara luzcan “el sambenito” y de arrojarlos del templo de la modernidad que representa este periódico.
YO, EL MODERNO INQUISIDOR: Manuel Vicent
Este señor tiene cara de chino. ¿Es chino? ¿Puede un chino llegar a comprender el rito secular de los pueblos mediterraneos con el toro como emblema?
ResponderEliminarLa condesa de Estraza
Ahí le tenemos en su aséptico pedestal preparandonos para un moderno "auto de fe": un Torquemada de diseño, un Bernardo Gui del progreso...
ResponderEliminarSol y Moscas
Pues sí, de púlpito y sermón. A fin de cuentas, eso es el progresismo: la secularización y éxtasis del cristianismo. ¡Y cómo lo gozarían estos señores si le pudieran contar a sus nietos, en un muy europeo mundo de celofán, que ellos "acabaron con los toros"! Todas estas diatribas quedan refutadas con el artículo de Ansón sobre la tauromaquia y la pesca deportiva, y si no, léanlo y me cuenten.
ResponderEliminarEn cuanto a Joaquín Vidal, vergüenza dan los cobardes que no le dedicaron una línea en la edición 10.000 de El País. ¡Qué mala es la censura, menos cuando yo la practico!
en el siglo XXI la muerte está mal vista. Este, al fin y al cabo, no deja de ser un puritano, como dice el señor Boadella. Igual que los inquisidores medievales.
ResponderEliminarSiento pena.
Y un cierto miedo ante personajes peligrosos como este.
un saludo
EL PASMO DE GALAPAGAR
El problema está en el concepto de "progreso" y de "modernidad". ¿en que consiste el "progreso" en alargar la vida para lloenarla de residencias donde se pudre la gente en la mas completa soledad?. ¿Es "progreso" ocultar el miedo detras de toneladas de ansioliticos? ¿es progreso traer al mundo seres, para luego arrojarlos al "soma" de una cultura banal, dominada por una tlevisión omnipresente?.
ResponderEliminarUna cultura que no se enfrenta a problemas eternos del miedo y de la muerte, dandole sentido a la vida, por si misma, sin buscarse Dioses protectores, no es una cultura progresiste. Es mas no es cultura es barbarie.
Juan Sintierra
Lo que yo me acuerdo de este tipo de gente cuando llega San Isidro y no hay quien encuentre una entrada ¿Qué pensarán cuando ven la cantidad de criaturitas que tienen que "salvar"? Oselito.
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