José Tomás le cortó una orejita a la ratita. Lo que no acaba de entenderse es cómo no le cortó las dos orejitas a la ratita. Porque la ratita no era corretona y picaruela, según es habitual en las de su raza, sino cachazuda y modorra. La ratita salió, y sólo quería tumbarse, allá donde la dejaran tranquila por lo ancho del redondel. A lo mejor es que estaba harta de queso.
La ratita era coloradita. Tenía cuernos la ratita, aunque se discutía si se trataba realmente de cuernos en sentido estricto o de sendos palillos de dientes que había encajado junto a las orejitas, en plan castizo, para cuando lo del queso. Las orejitas no eran peludas. Se les advertía incipientes pelusilla, y basta, pues la ratita debía ser muy jovencita. La ratita parecía estar en la edad del biberón.
El ganadero propietario de la ratita y de lo demás que envió a la famosa feria fallera -Juan Pedro Domecq es su nombre- a estos cándidos animalitos de Dios los llama toros artistas. Los hay exagerados. Lo bueno del ganadero, sin embargo, es su fantasía oriental. Trae en una jaula las ratitas que roen los pastizales de su cortijo andaluz, y dice que son toros, las ve pegar cabriolas en el redondel, y las eleva a la categoría de artistas. (...)
Joaquín Vidal (De una crónica de fallas)
Nota añadida: Enlazo a Sol y Moscas. "Eterno Retorno"
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