Toreo de salón (el papa negro)

De MIGUEL de UNAMUNO a EUGENIO NOEL (correspondencia)
De la afición como destino trágico. (Para hacerle comprender a Noel que en la afición había algo trágico, algo solemnemente trágico capaz de penetrar hasta las mas recónditas honduras del alma del pueblo español, le cuenta en una de las cartas el siguiente suceso):
“A un pobre torerillo, de esos que por punible complicidad de las autoridades andan, durante los veranos, de pueblo en pueblo, a busca de capeas donde lucirse en el toreo y pedir luego limosna, le ocurrió el frecuente y terrible percance de que le cogiese no un novillo, sino el tren, destrozándole ambas piernas. Mas antes de seguir con mi verídico relato he de hacer una digresión sobre eso de pedir limosna.
Sí, lo que hacen esos torerillos no es ni mas ni menos que pedir limosna, como el ciego que toca la bandurria o el manco que canta. Y la carrera de torero suele empezar por la de mendigo, y hasta cuando hacen fortuna siguen llevando el mendigo dentro. Lo capital es no trabajar ordenada y regularmente, lo capital es pasar trabajos sin trabajo. Todo español lleva un mendigo dentro; otros dicen que un fraile, en cuanto mendigo que es por su esencia misma y sea o no mendicante.
¿Pero es eso todo?. ¿No hay algo mas que el deseo de no trabajar?. Vuelvo al relato.
Ese pobre torerillo a quien el tren destrozó las piernas fue llevado al hospital de Valladolid, donde tuvieron que amputarle ambas. Y hallándose en la convalecencia, un joven médico, amigo mio, que es quien me ha contado esta tragedia, encontró al pobre inválido sobre una tabla con ruedas, en una de las galerías del hospital, pasando de muleta, con un pañuelo, a un silletín. Y al verle, no pudo menos de decirle:
“¿Pero que haces?”. A lo que el pobre muchacho inválido respondió:
“¡ Ya ve usted, la afición!”.