viernes, mayo 09, 2008

La casta de de libélula ( Capitán Alatriste)



LA CASTA DE LA LIBÉLULA
A las dos de la tarde, jarreaba agua que era cosa mala. Antes de echarme la siesta, entré en un portal taurino (desde hoy también climatológico) y leí: “Durante toda la mañana ha estado lloviendo en la capital de España y por momentos la lluvia se ha hecho incesante. Las previsiones son que estas condiciones climatológicas continúen a la hora del comienzo del festejo, previsto para las 7 de la tarde”.
¡Cojonudo! Media docena de “Martelillas” pasados por agua, pensé. Pero a las siete de la tarde no caía ni una gota, así que me tragué los “Martelillas” a palo seco. Y tan ricamente.
Durante el paseíllo, una descomunal libélula hizo el avión sobre nuestras cabezas, provocando que mis compañeros de tendido sacaran el suplemento del ABC titulado “Madrid, por verónicas” y comenzaran a torearla hasta que se rajó. Ni que decir tiene que la libélula fue lo único que embistió en toda la tarde. Ya hubieran querido los “Martelillas” igualar la casta de aquel insecto.
Mal está lo que mal empieza; y el arranque de San Isidro no pudo ser peor. Toros anovillados, inválidos y de trote cochinero; toreros pesados, “tira líneas” y desarmados. Creo que el doctor Ángel Villamor, tan en boga últimamente, debería pasarse por la ganadería jerezana para quitarle las cojeras a más de uno. El 3º bis, un sobrero de Albarreal, después de dar un mitin en el primer tercio, se murió en la primera tanda. Los del 7, que hoy venían apertrechados con matasuegras, armaron tal jaleo que aquello parecían los carnavales de Cádiz.
Y eso que antes de ir a la plaza había hecho un pequeño ejercicio de meditación Zen para dejar la mente en blanco y no mirar con malos ojos a Eduardo Gallo. Reconozco que la filosofía oriental me trae al pairo, pero un buen amigo me pidió que viera al salmantino sin ideas preconcebidas. Ahora que todo ha terminado, le digo a este amigo que lo mejor de Gallo llegó cuando decidió estoquear a la quinta “vaca-burra” de la corrida (por cierto, lo hizo de muy malas maneras, “dándose el pire”).
Antón Cortés, en cambio, brilló con el capote en el cuarto y, por un momento, consiguió que los paisanos aparcaran el bocadillo de la merienda. Brindó la faena al público pero, cuando empezó con el toreo perfilero, la gente volvió al condumio y la bota de vino. Entre buche y buche, se llevó un revolcón, por pesado. Cabreado, el diestro de Albacete hizo un espectacular lanzamiento de manoletinas y rubricó el faetón con un metisaca.
Tras el último toro de Ambel Posada, un coloraíto cojo, hubo desbandada general en los tendidos. Visto lo visto, casi hubiera sido mejor lidiar a la libélula…

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