El pasado mes de mayo PG Macías, gran amigo, me pidió un artículo para su revista taurina "El Cerro de San Albín" y traté de ponerme en la piel o en la cabeza de un hipotético torero al final de una hipotética corrida. Esta noche me preguntaba si estarían pensando Esplá o Encabo algo parecido a lo que imaginé entonces y Pedro publicó tal y como reproduzco ahora.
La ducha
Ya despojado del pesado vestido de torear bordado de filigrana pero maloliente por la sangre reseca del toro, desnudo su atlético cuerpo tan entrenado físicamente, visibles las cicatrices que produce su profesión, el torero siente la caricia del agua tibia en la espalda, en la cabeza, en todo el cuerpo; supone el gran alivio de la jornada, espanta miedos y presiones, relaja la tensión acumulada y tranquiliza: la jornada ha terminado por fin y sin lesiones, lo cual ya es un éxito. Aunque no haya triunfos volver sin un percance o sólo con alguna magulladura siempre es un éxito.
Por el camino, desde el coche, las llamadas de ritual a los seres queridos, atender a algún periodista que se cuela por el móvil y los comentarios de la cuadrilla siempre tan favorables, tan comprensivos si no ha habido triunfo y tan exaltados, tan exagerados ante el más mínimo acercamiento al trofeo.
De vuelta en el hotel el torero se encuentra solo por un momento bajo la ducha, hace tiempo que pidió intimidad en el cuarto de baño y ordenó que nadie le acompañara durante el tiempo de su aseo, así puede recapacitar sobre los acontecimientos del día sin ser interrumpido. Después vendrá el masajista y deprisa a cenar con la cuadrilla y el añadido de allegados que se apuntan al acontecimiento, sea digno o no de celebración. ¿Quieren compartir la alegría con el torero o simplemente aprovecharse de su generosidad?.
Al torero le cuesta trabajo calibrar con objetividad el resultado de su actuación, los comentarios de sus colaboradores son siempre elogiosos, siempre le justifican, haya oído pitos o aplausos. O ha sido culpa del toro o del viento o de la autoridad o del público que pide lo imposible, muchas veces ni él mismo sabe bien cuál de estas aseveraciones es verdadera o falsa.
El día de corrida transcurre muy lento hasta que el toro sale por la puerta de chiqueros, levantarse, comer, vestirse, atender a la prensa, salir para la plaza, el paseíllo, pero a partir de ese momento el tiempo empieza a transcurrir a velocidad diferente, los acontecimientos se precipitan, en la cara del toro no hay tiempo para pensar, hay que actuar y se olvida lo aprendido y lo entrenado y lo ensayado o sale mal, porque ahora hay un toro delante que todo lo desbarata. Se hace lo que se puede mientras se tratan de ignorar las voces disidentes del tendido y se escuchan las de confianza que aconsejan desde el callejón:
Pónsela, tócale, quítasela, más despacio, otro pasito, por el otro pitón, cambia de mano, mátalo ya.
Esta es la sugerencia que más desea oír y que a la vez más teme. Hay que enfrentarse al momento culminante, cuadrar al toro, perfilarse y echarse encima de él esperando que humille al señuelo de la muleta, enterrar toda la espada en el hoyo de las agujas y salir airoso sin perder la muleta, es el momento culminante, te juegas la cornada y el resultado de la faena en ese momento y el público no valora este acto con justeza, no se percata del valor que hay que echar en ese fin de acto.
“Quizá por eso hoy he prolongado tanto la faena, temía pasar la aduana de ese pitón derecho que parecía un puñal, y desde luego estoy convencido de que no me merecía tanta bronca por ese pequeño retraso, qué culpa tengo yo de que se caiga el toro y el Presidente no lo cambie, hay que torear lo que sale de chiqueros, se pongan como se pongan, que si no se acaban los contratos, pero qué pena de toro, era una ruina. ¿Estaré colaborando en la decadencia de la fiesta como dicen algunos?. Habría que elegir ganaderías más encastadas, pero con lo cuesta arriba que se me hacen éstas las encastadas pueden ser imposibles, además salen fieras intoreables y hay todavía más probabilidad de fracaso.
No sé, desde luego lo de hoy era impresentable, qué desastre, salían del caballo atontados, si les bajo el capote ruedan como pelotas.
No he entrado a quites, si les damos más capotazos no llegan a la muleta y hay que darle veinte muletazos como mínimo y el toro los tiene que aguantar.
Y han aguantado mal que bien, sobre todo mi primero con el que me he encontrado agusto, le he dado cuatro series muy bonitas, claro que el animal trasmitía poco y me he cruzado poco pero el resultado ha sido muy guapo, un toreo dulce, amable, sin forzar al bicho, llevándole suavemente con el pico de la muleta, como hace la mayoría y mejor que muchos de ellos.
Dicen que hay que mandar más en el toro, ya me gustaría tener la mano izquierda de El Cid, el capote de Paula, el arrojo de Rincón, el oficio de Joselito y la cabeza de Ponce que dicen que piensa delante del toro, cuesta trabajo creerlo.
A muchos les ha gustado, sólo unos pocos protestaban, que yo no sé qué quieren esos, ¿el toreo del siglo XIX? o que nos juguemos la vida en cada pase. Se ha pedido la oreja, había mucha bronca con el Presidente por no concederla, no hay derecho. Bueno la espada no estaba justo arriba pero tampoco se puede hablar de bajonazo, es que lo quieren todo. Son insaciables.
Ya me llaman estos, hay que cenar pronto que mañana viajamos temprano para torear de nuevo. Otro día malo, menos mal que son sólo cuarenta o cincuenta al año, si no sería inaguantable.
Habrá que hacerles caso, no leer las críticas, no pensar y tirar para adelante con ánimo, me acabará saliendo el toro del triunfo, seguro, ojalá que sea en Madrid.
Jandro
viernes, 25 de mayo de 2007
Ya despojado del pesado vestido de torear bordado de filigrana pero maloliente por la sangre reseca del toro, desnudo su atlético cuerpo tan entrenado físicamente, visibles las cicatrices que produce su profesión, el torero siente la caricia del agua tibia en la espalda, en la cabeza, en todo el cuerpo; supone el gran alivio de la jornada, espanta miedos y presiones, relaja la tensión acumulada y tranquiliza: la jornada ha terminado por fin y sin lesiones, lo cual ya es un éxito. Aunque no haya triunfos volver sin un percance o sólo con alguna magulladura siempre es un éxito.
Por el camino, desde el coche, las llamadas de ritual a los seres queridos, atender a algún periodista que se cuela por el móvil y los comentarios de la cuadrilla siempre tan favorables, tan comprensivos si no ha habido triunfo y tan exaltados, tan exagerados ante el más mínimo acercamiento al trofeo.
De vuelta en el hotel el torero se encuentra solo por un momento bajo la ducha, hace tiempo que pidió intimidad en el cuarto de baño y ordenó que nadie le acompañara durante el tiempo de su aseo, así puede recapacitar sobre los acontecimientos del día sin ser interrumpido. Después vendrá el masajista y deprisa a cenar con la cuadrilla y el añadido de allegados que se apuntan al acontecimiento, sea digno o no de celebración. ¿Quieren compartir la alegría con el torero o simplemente aprovecharse de su generosidad?.
Al torero le cuesta trabajo calibrar con objetividad el resultado de su actuación, los comentarios de sus colaboradores son siempre elogiosos, siempre le justifican, haya oído pitos o aplausos. O ha sido culpa del toro o del viento o de la autoridad o del público que pide lo imposible, muchas veces ni él mismo sabe bien cuál de estas aseveraciones es verdadera o falsa.
El día de corrida transcurre muy lento hasta que el toro sale por la puerta de chiqueros, levantarse, comer, vestirse, atender a la prensa, salir para la plaza, el paseíllo, pero a partir de ese momento el tiempo empieza a transcurrir a velocidad diferente, los acontecimientos se precipitan, en la cara del toro no hay tiempo para pensar, hay que actuar y se olvida lo aprendido y lo entrenado y lo ensayado o sale mal, porque ahora hay un toro delante que todo lo desbarata. Se hace lo que se puede mientras se tratan de ignorar las voces disidentes del tendido y se escuchan las de confianza que aconsejan desde el callejón:
Pónsela, tócale, quítasela, más despacio, otro pasito, por el otro pitón, cambia de mano, mátalo ya.
Esta es la sugerencia que más desea oír y que a la vez más teme. Hay que enfrentarse al momento culminante, cuadrar al toro, perfilarse y echarse encima de él esperando que humille al señuelo de la muleta, enterrar toda la espada en el hoyo de las agujas y salir airoso sin perder la muleta, es el momento culminante, te juegas la cornada y el resultado de la faena en ese momento y el público no valora este acto con justeza, no se percata del valor que hay que echar en ese fin de acto.
“Quizá por eso hoy he prolongado tanto la faena, temía pasar la aduana de ese pitón derecho que parecía un puñal, y desde luego estoy convencido de que no me merecía tanta bronca por ese pequeño retraso, qué culpa tengo yo de que se caiga el toro y el Presidente no lo cambie, hay que torear lo que sale de chiqueros, se pongan como se pongan, que si no se acaban los contratos, pero qué pena de toro, era una ruina. ¿Estaré colaborando en la decadencia de la fiesta como dicen algunos?. Habría que elegir ganaderías más encastadas, pero con lo cuesta arriba que se me hacen éstas las encastadas pueden ser imposibles, además salen fieras intoreables y hay todavía más probabilidad de fracaso.
No sé, desde luego lo de hoy era impresentable, qué desastre, salían del caballo atontados, si les bajo el capote ruedan como pelotas.
No he entrado a quites, si les damos más capotazos no llegan a la muleta y hay que darle veinte muletazos como mínimo y el toro los tiene que aguantar.
Y han aguantado mal que bien, sobre todo mi primero con el que me he encontrado agusto, le he dado cuatro series muy bonitas, claro que el animal trasmitía poco y me he cruzado poco pero el resultado ha sido muy guapo, un toreo dulce, amable, sin forzar al bicho, llevándole suavemente con el pico de la muleta, como hace la mayoría y mejor que muchos de ellos.
Dicen que hay que mandar más en el toro, ya me gustaría tener la mano izquierda de El Cid, el capote de Paula, el arrojo de Rincón, el oficio de Joselito y la cabeza de Ponce que dicen que piensa delante del toro, cuesta trabajo creerlo.
A muchos les ha gustado, sólo unos pocos protestaban, que yo no sé qué quieren esos, ¿el toreo del siglo XIX? o que nos juguemos la vida en cada pase. Se ha pedido la oreja, había mucha bronca con el Presidente por no concederla, no hay derecho. Bueno la espada no estaba justo arriba pero tampoco se puede hablar de bajonazo, es que lo quieren todo. Son insaciables.
Ya me llaman estos, hay que cenar pronto que mañana viajamos temprano para torear de nuevo. Otro día malo, menos mal que son sólo cuarenta o cincuenta al año, si no sería inaguantable.
Habrá que hacerles caso, no leer las críticas, no pensar y tirar para adelante con ánimo, me acabará saliendo el toro del triunfo, seguro, ojalá que sea en Madrid.
Jandro
viernes, 25 de mayo de 2007
Viene al pelo, maestro Jandro, una auténtica delicia releerlo de nuevo.
ResponderEliminarUn abrazo
Pgmacias
Dealvaro! donde nos apuntamos ahora para seguir ampliando contactos? Vienes en Agosto al puerto?
ResponderEliminarJavier Salazar.
Lo que hay que aguantar.
ResponderEliminarY luego tener que ver que algunos se rasgan las vestiduras cuando se dice algo de alguien pero en otros casos callan porque es más políticamente correcto.
Javier Salazar, ¡váyase a la mierda!.
Lo siento,pero esto es lamentable ...no se supone que los comentarios a un post deben ser sobre lo que trata el mismo, o TODO VALE?...es que ya es demasiado...que pretenden más allá de hacer el caldo gordo a quienes no quieren que los blogs y webs de aficionados sirvan para un debate sano entre ellos que permita aunar planteamientos y actuaciones en defensa de la Fiesta Íntegra, Auténtica y Justa...tranquilo amigo Álvaro no deben conseguir lo que machacona, burda, mentirosa e insultantemente intentan.
ResponderEliminarUn abrazo