sábado, junio 09, 2007

El pícaro Califa (capitán Alatriste)





Ayer el papa negro y Capitán Alatriste se acercaron a un homenaje a El Cordobés. El Capitán nos envía las dos imágenes de este post mas el siguite texto:

EL PÍCARO CALIFA

A pesar de haber cenado en la Casa Blanca –lugar que conoce al dedillo exceptuando el dormitorio presidencial-, sigue obsesionado con el jamón serrano y un par de huevos fritos. ¿Qué le daría de comer su amigo Gerald Ford después del lío ese “der guait ... der guatergai, o como quiera que se diga”? Aunque ya se sabe que a buen hambre, no hay pan malo.
Pero el hambre rara vez es buena, y en la posguerra hasta los califas tenían que robar gallinas para silenciar sus tripas. Y entre gallina y gallina, el maletilla saltaba un cercado para jugar con los toros.
“La luna del tentaero
vio derrochar valentía
al chavalillo torero
que se jugaba la vía”
En aquellos años a la Guardia Civil le importaban poco los gestos románticos bajo la luna, y a los maletillas roba-gallinas se les aplicaba la ley de vagos y maleantes. Aún suelta una carcajada (más bien rugido) cuando recuerda su paso por la cárcel de Córboba a los once años -hay que ser positivo, dice. Incluso cuando un manco que acababa de asesinar a su padre intentaba meterle mano.
Quién le iba a decir entonces que llegaría a ganar 500.000 pesetas como novillero y que acabaría comprando una avioneta privada. El chavalillo torero se convirtió en el espontáneo más famoso de la historia de la tauromaquia. ¡Hasta el Generalísimo se interesó por el de Palma del Rio!
En los años sesenta “la flor de Sevilla entera se puso blanca de azahares, y se asomó a la barrera a verle los naturales”. ¿El resultado? Catorce orejas y un rabo en dieciocho tardes. Pero eso no fue más que el principio. Últimamente nos quejamos de que el “público festivalero” de Madrid regala orejas y Puertas Grandes a tutiplén…; pues el inventor del “salto de la rana” cortó nada más y nada menos que veintiséis apéndices en veinte corridas y salió cinco veces a hombros (en San Isidro de 1970 consiguió ocho orejas en dos tardes).
Sinvergüenza como él solo, hoy elogia al que ayer lo dejó en ridículo acariciando la testuz de su enemigo. Narra con gracia cuando en su cabeza se le triplicaban los toros y hasta se le sextuplicaban los pitones. Presume de amistades como “er Rober” (refiriéndose a Robert Kennedy) o Julio Iglesias (otro al que “la va la vida, hacer amigos, andar caminos, la gente de aquí y allá…”). A sus 75 años “El Cordobés” es un pícaro simpático.
Si Ford le hubiera servido un buen huevo frito con jamón serrano, con toda seguridad la impresión de la Casa Blanca habría sido otra.

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