El primer problema de los toros de Dolores Aguirre es que son toros; y lo son no ya por su estampa, su peso o su cornamenta, que son de por sí atributos suficientes. Lo son, sobre todo, por su seriedad, por su evidente madurez y por esa mirada inquietante y turbadora con la que parecen escudriñar su entorno. Esa forma de mirar los agiganta ante el mundo, y no digamos ante los toreros, que los ven, los huelen, los oyen y los sufren en sus cercanías vitales.
Quizá por eso, —¿alguien lo duda?—, las figuras no quieren ver a estos toros y a todos los de su estirpe ni en video. Es más, si el toro bravo de la modernidad tuviera esa mirada, muchos toreros, muchos, tendrían vocación de monaguillos.
Quizá sea esta la única y poderosa razón que justifique a los toreros de ayer. Quién sabe si sería injusto lanzar contra ellos la crítica más severa cuando todos nos emocionamos después con un detalle pinturero de un artista ante el corderito del norit.
Antonio Lorca - Aquí la crónica completa -
foto: Javier Arroyo para Aplausos
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