El toro, emblema favorito de Augusto, aún se encuentra presente en la “Puerta de los Toros” del anfiteatro de Nîmes, y en Arles sobre la entrada del teatro antiguo, frente al coliseo donde, en un bajorrelieve, hay grabada una docena de ellos, con los pitones en forma de lira, como los que poblaban la Camarga. ¿De dónde procedía este toro tan peculiar, distinto a las demás razas europeas? Algunos piensan que de Asia y Europa meridional, y aseguran que se trataba de la última rama del “Bos taurus asiaticus”. Otros ven un uro del cuaternario oriundo de África, que se extendió hasta España y Francia bajo el nombre de “Bos primigenius mauritanicus”. Finalmente, otros lo consideran descendiente del toro que cazaban en la región de Solutré durante el paleolítico superior, una marisma parecida a la Camarga que continuaba hacia el norte del Ródano. Aquel toro podría haber seguido el curso del río hasta perderse en las marismas del delta, cuando el mar, que entonces llegaba hasta esa zona, se retiró para ocupar su posición actual. Otra hipótesis, muy poética pero no documentada, asegura que aquel toro es el que los faraones criaban en Egipto, y que trajo Aníbal cuando invadió Roma con sus elefantes en el 218 antes de Cristo. Algunos de esos toros habrían escapado a su paso por la región, acabando en la Camarga. Sea como fuere, el toro de la Camarga no se parece a ninguno de los que se utilizan en la actualidad para los juegos taurinos y, quizás por ello, el juego característico de Provence y Languedoc tampoco guarda similitud con los de otras latitudes.
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