La
gran mentira del taurinismo moderno, para justificar la marginación
de las ganaderías llamadas duras, consiste en explicar que hay unas
que embisten -las que matan las figuras - y otras que no, cuando en
realidad sólo buscan aquellas que embisten “a su gusto”. Según
ellos, las que no se entregan a lo tonto – esto es, las que
demuestran que tienen carácter - carecen de bravura o calidad,
cuando lo que les falta, en realidad, es sumisión y previsibilidad,
dos “cualidades” de las que afortunadamente se han librado en su
gran mayoría los toros de Iban, cuya nobleza contreras se puede
catar a condición de poder primero con su bravura fonseca. Que pueda
resultar incómoda o áspera como se materializó en Bastonito,
manifiesta la grandeza de la Fiesta y su autenticidad. Cualquier otro
camino conlleva el empobrecimiento del rito taurino.
Desafortunadamente, llevamos desde hace años un rumbo desastroso:
al toro bravo y fiero lo llaman brusco, y al que no humilla del todo
aseguran que es malo. Muy tontos tenemos que ser los aficionados para
que después de tantos años sigamos empeñados en ver en las plazas
todas estas ganaderías que las estrellas del escalafón ni se dignan
en mentar. Muy tontos, o muy testarudos, por preferir faenas cortas e
intensas antes que esas sinfonías, estéticas por cierto, frente a
unos colaboradores bobalicones y obedientes, muchas veces muy por
debajo del trapío mínimo que se debe esperar.
Y
seremos muy optimistas si seguimos pensando que con media docena de
Bastonitos en un San Isidro frente a seis toreros valientes y
preparados, la Fiesta recobraría más importancia que todos los
indultos que se quieran conceder. De hecho, ahí radica el éxito de
la ganadería de Iban en muchas plazas francesas, donde, después de
demostrar su buen momento en cosos modestos o con novilladas, vuelve
a anunciarse en las mejores ferias con corridas. ¿Quién las
lidiará? Qué más da. Cuando el toro aporta la emoción verdadera
nacida de la casta y la bravura, el público se divierte, estén o no
las figuras, las cuales, últimamente, por ir demasiado cómodas, han
cosechado no pocas victorias pírricas, cuyo resultado se traduce en
la pérdida de público que puede comprobarse con ver los tendidos
medio vacíos.
Toda la razón. Esas corridas de figuras, en la que sale el toro bajito, estrechito de sienes, recortadito, en las que se les dan pases y mas pases, la mayoría descargados, aunque sean estéticos, por lo general, son carentes de todo tipo de emoción y terminan aburriéndome. Al día siguiente no me acuerdo de nada.
ResponderEliminarAbsolutamente magnífico. Una realidad y una verdad como un templo
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