Es
bueno para la fiesta, para la raza bovina de lidia, la existencia de
una multiplicidad de encastes distintos, de numerosas líneas o ramas
de este tipo de ganado que enriquezcan el panorama genético. Pero,
desengáñense, lo que busca el aficionado, y lo que verdaderamente
requiere la fiesta, es la casta en el toro de lidia, que no es esa
línea genealógica que se remonte a varias décadas, incluso algún
siglo atrás, sino la capacidad de embestir con emoción, de moverse,
de buscar con ansia los engaños, de fiereza indómita que el diestro
–y sólo él- sería capaz de encauzar con valentía, técnica y
arte.
Desgraciadamente
no es valor que abunde hoy en muchas vacadas, por más que éstas se
singularicen en sus antecedentes genealógicos y genéticos. Es bien
escaso y preciado, y lo mismo aparece en vacadas de la sangre
mayoritaria (Domecq), que en algún otro encaste afortunado (Núñez,
por ejemplo) o en los “minoritarios”, a veces tan minoritarios
como el de Albaserrada (con tres únicas ganaderías que pueden
afirmar tal procedencia, hoy en día, en la UCTL). Ayer, en Las
Ventas, se congregaban reses de seis encastes distintos, y aunque
hubo –como es lógico- diferencias comportamentales notables, no
terminamos de encontrar, como no lo hemos hecho días atrás, esa
generalización de la casta que ansiamos los aficionados, que anhela
la fiesta, que requiere la supervivencia del espectáculo. Sí…, es
verdad que hubo complicaciones, que algún novillo desarrolló, bien
sentido, bien nobleza, bien dureza, pero también los hubo que
defraudaron… pese a que se picó tan mal o peor que nunca en algún
caso y que se exageró el castigo como casi nunca.
Rafael cabrera -Aquí la crónica completa-
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