lunes, septiembre 30, 2013

Sobre la novillada concurso celebrada ayer en Las Ventas

Es bueno para la fiesta, para la raza bovina de lidia, la existencia de una multiplicidad de encastes distintos, de numerosas líneas o ramas de este tipo de ganado que enriquezcan el panorama genético. Pero, desengáñense, lo que busca el aficionado, y lo que verdaderamente requiere la fiesta, es la casta en el toro de lidia, que no es esa línea genealógica que se remonte a varias décadas, incluso algún siglo atrás, sino la capacidad de embestir con emoción, de moverse, de buscar con ansia los engaños, de fiereza indómita que el diestro –y sólo él- sería capaz de encauzar con valentía, técnica y arte.
Desgraciadamente no es valor que abunde hoy en muchas vacadas, por más que éstas se singularicen en sus antecedentes genealógicos y genéticos. Es bien escaso y preciado, y lo mismo aparece en vacadas de la sangre mayoritaria (Domecq), que en algún otro encaste afortunado (Núñez, por ejemplo) o en los “minoritarios”, a veces tan minoritarios como el de Albaserrada (con tres únicas ganaderías que pueden afirmar tal procedencia, hoy en día, en la UCTL).  Ayer, en Las Ventas, se congregaban reses de seis encastes distintos, y aunque hubo –como es lógico- diferencias comportamentales notables, no terminamos de encontrar, como no lo hemos hecho días atrás, esa generalización de la casta que ansiamos los aficionados, que anhela la fiesta, que requiere la supervivencia del espectáculo. Sí…, es verdad que hubo complicaciones, que algún novillo desarrolló, bien sentido, bien nobleza, bien dureza, pero también los hubo que defraudaron… pese a que se picó tan mal o peor que nunca en algún caso y que se exageró el castigo como casi nunca.

Rafael cabrera -Aquí la crónica completa


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