David
Adalid aún no estaba en la enfermería, después de haber sufrido
dos volteretas trágicas en Nîmes, y en Twitter las críticas ya
llovían: "demasiado querer hacer", "demasiado
querer brillar”, "finalmente tenía lo que buscaba"... La
Fiesta siempre se justificó, frente a los ataques que la acusan de
ser cruel, a través de gestos y hazañas realizadas por toreros
que hicieron primar su honor antes que su interés, y asumieron
situaciones que al común de los mortales produce temor. No busquen
más: de esta dimensión nace la grandeza de la Fiesta. Cuando
se aceptan gestos, a veces insensatos, el torero se transforma en
héroe. Este papel temerario ayer fue asumido por David Adalid.
Después
de ser estampado contra las tablas a la salida de un quiebro fallido
frente al Miura, a pesar de un cornada que le había atravesado la
pantorrilla, llegó a convencer a sus compañeros para dejarlo volver
al ruedo. Una locura consciente y asumida. Avisado, duro de patas y
sintiendo la presa a su alcance, el Miura no le dio ninguna
posibilidad, le cortó el camino, le ganó por la mano y le metió el
pitón en la cintura antes de lanzarlo al suelo con una violencia
terrible y de pisotearlo allí. Imágenes pavorosas de un hombre
visiblemente inconsciente a merced de la fiera.
El
desgraciado torero todavía no estaba en la enfermería y en
Twitter las críticas llovían. En concreto, iban firmadas por
aquellos que no toleran ver a un subalterno elevarse
por encima de su condición para interpretar los papeles principales.
Ulises el calculador probablemente decía lo mismo sobre
Aquiles el temerario…, y después sabemos cómo se zanjó el
asunto. A corto plazo, Ulises y su caballo de Troya, que no era más
que una traición; pero a largo plazo, Aquiles quedará en el
recuerdo como el guerrero ejemplar y generoso que no vaciló en morir
en el combate. De esta doble voltereta, Adalid
felizmente no morirá, pero será criticado de manera indigna
por su compromiso admirable.
Los
Ulises modernos dieron prueba de su escasa sensibilidad.
André Viard (Terres Taurines)
Me lo decía mi abuelo, "El ser torero conlleva a tener valor, hombría, honor, hidalguía, vergüenza, una serie de valores que es muy difícil atesorar, por eso son toreros". Muy pocos, salvo honrosas excepciones, pueden presumir de ello. Adalid sí puede.
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