En el pequeño tendido recalentado por
el sol, Rafael Corbelle, apoderado de Encabo, acompaña
con la voz los muletazos de su torero. “Que vuelva el toro bravo a las
plazas, que se abran los carteles, y ya se verá que vuelco se le puede dar al
escalafón. No me importa decirlo: las figuras de antes tenían más pundonor a la
hora de afrontar los compromisos. Me acuerdo haber venido aquí en tiempos de
Pinohermoso. Le tenían preparada una corrida de lujo a Antonio Ordoñez para
Madrid. Yo iba en su cuadrilla. Pues el maestro la vio demasiado bonita y la
cambió entera. Igualito que hoy. Da vergüenza lo que se lidia en muchas plazas”. Cristina asiente
en silencio. De su tío abuelo Baltasar ha heredado el gusto por la bravura exigente
que Domingo cultiva tan bien. Cuando sus primos y hermanos le propusieron
encargarse de la ganadería, apenas vaciló. Aficionada era desde hacía tiempo.
Por supuesto, tuvo que encontrar su equilibrio en la selección, pero desde hace
quince años jamás se ha perdido un tentadero. “Me ha costado trabajo entender la
ganadería... ¡Pero a los taurinos, sigo sin entenderlos!”.
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