Desde mi concepciòn de la fiesta los festejos taurinos deberìan regirse en base a dos pilares. En primer lugar, (siempre en primer lugar), el toro bravo, con trapìo, casta, ìntegro...el Toro. Por otro lado estarìa el Toreo, el dominio de ese Toro, su lidia, parar, mandar templar y cargar la suerte; el medio pecho y la muleta planchada....ustedes me entienden.
Esa deberìa ser la meta, la linea a seguir , ademàs de ser la ùnica justificaciòn del sacrificio del toro. Entiendo que organizar festejos taurinos con esa filosofìa es sumamente complicado e implica numerosos riesgos para los diestros, sobretodo si pretenden hacer el paseillo cien tardes al año.
Los taurinos ante esas dificultades han optado por mermar, en todos los modos posibles, al toro y ofrecer cantidad en vez de calidad. Asì nos ofrecen miles de festejos, "tropecientosmil" mantazos, incontables orejas, decenas de figurillas, decenas de indultos, montones de "salsa rosa".... Pero claro, como en todo negocio, aunque se venda un producto de tercera hay que ofrecerlo como un "primera especial". Para ello se valen de las revistas taurinas, de esas pàginas web que presumen de su posiciòn en rankings mundiales, de periodistas sobrecogedores, de palabreros, lirios y fenicios...
Y luego està su argumento, tan manido, que repite Raùl en su comentario:
"1º) Que el público de hoy en día le gusta un determinado tipo de toreo, y que no entiende el toreo de otra manera."
Y claro, sobre gustos no hay nada escrito y no somos nadie para juzgar el gusto de los demàs; basta con ir a una plaza de toros para ver como la gente no para de aplaudir, de solicitar orejas.... Pero, sinceramente creo que si se les ofreciese un producto de calidad, si se les ofreciese el Toro y viesen a un torero intentando torear de verdad, luego les costarìa "tragar" con ese producto de tercera que actualmente se les viene ofreciendo. Entonces los taurinos se tendrìan que enfrentar a un grave problema.
Vamos, que si le diesen al pùblico jamòn de pata negra, luego les costarìa vender el "chopped"..¡ademàs al mismo precio!.
Seguiremos.
A este espectáculo parece que se le pueden ir hurtando cosas, poco a poco, y sin que nunca pase nada. Para empezar, hace ya mucho tiempo que nos birlaron un 33% del mismo al convertir el primer tercio en un simulacro impidiendo que viésemos y pudiésemos calibrar la bravura del toro en el caballo, que es donde se debe medir. Un toro no es más bravo porque embista, sin ser sometido ni dominado, tropecientas mil veces a la muleta, y se han indultado toros que han repetido una y mil veces, pero que no han demostrado su bravura en el primer tercio, muchas veces, porque ni nos los han dejado ver. Y sobre todo, nos han robado algo esencial, que ha sido siempre el ingrediente que ha dado carácter a este espéctaculo, y que lo ha hecho único: la emoción que conlleva el riesgo. El saber que ocurra lo que ocurra abajo, sea más plástico, más estético o menos, o nada, tiene una trascendencia. El público, que es el que llena o acude a las plazas, va a ver a su torero, influido ahora más que nunca, por el despliegue mediático que ha colocado en lugares de privilegio a una serie de profesionales por el mero hecho de que sus vidas privadas venden y les ayudan a colocar mejor su producto. Ese público, se conforma sólamente con verlos (en la mayoría de los casos para poder decir que los ha visto) y quiere que su ídolo pegue muchos pases, importándole un huevo que en su mayoría sean mantazos y trapazos (no es capaz de diferenciar la paja del trigo) para poder sacar el pañuelo, la almohadilla o lo que tenga a mano y pedirle a gritos las orejas. Así podrá contar a sus amistades que estuvo viendo a Fulano en tal plaza, que estuvo muy bien y que salió a hombros. Para que ésto se produzca, el animal que estos cuentistas del papel couché, y los que sin tener tanto protagonismo en el mundo del colorín, por evidente comodidad se suben al carro en cuanto pueden, necesitan el que se está fabricando en factorías de sobra conocidas. Nos encontramos, por tanto, en una situación caótica porque los que manejan los hilos del espectáculo son conscientes de que el dinero y el nogocio está actualmente ahí, importándoles un carajo que los aficionados deserten de las plazas. Una de las cosas en la que hay que darle la razón a Jesulín es, en aquello que dijo, de que los aficionados de verdad que se dan cita en una corrida de toros cabrían en un autobús. Es cierto que muchos espectadores, mucho público de clavel, se sorprende cuando ve en el ruedo un toro de verdad y, en consecuencia, esa emoción a la que me refería más arriba, y se percata que ese es el veradero sentido del espéctaculo, pero, ¿en qué porcentaje?. Siento ser pesimista, pero mientras el negocio esté montado como lo está actualmente la fiesta va a seguir rodando cuesta abajo.
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