De los 36.680 municipios existentes en Francia, se estoquean toros en menos de 100, repartidos en 4 regiones de 22, y en 11 departamentos de 93. Las cifras hablan por sí solas: Francia no es un país taurino, sino un país donde algunas comarcas han luchado por preservar su cultura en contra del poder central y de la opinión pública. En Francia, la tauromaquia representa, por tanto, una cultura ultra minoritaria. Sin embargo, en las regiones consideradas “de tradición”, su arraigo recuerda al de los indios de Amazonia cuando vieron llegar a las primeras moto-sierras que acabarían con su modo de vida ancestral. Quizás a causa de esto, y porque la persecución no ha cesado desde la Edad Media, los aficionados franceses siempre hemos procurado intelectualizar la Fiesta, con el fin de defenderla mejor ante los ataques procedentes del Norte, donde se ha abusado de un poder extremadamente centralizador y, a veces, sordo a las aspiraciones identitarias del Sur profundo. Frente a las bulas papales, las prohibiciones reales, republicanas o imperiales, y los ataques animalistas posteriores, siempre hemos antepuesto nuestra libertad cultural. Y siempre hemos justificado la Fiesta explicando que una cultura tan grande, que atrae e inspira a tantos artistas y poetas de fama universal, merece el máximo respeto dentro de una nación que ha inscrito la palabra “libertad” en su ADN fundacional. Y hasta hoy, esta línea de defensa no nos ha ido mal. Dicho esto, y aunque el arraigo de la cultura taurina en los antiguos reinos de Provence, Languedoc o Gascogne se explica también por la voluntad, más o menos consciente, de sus pueblos por conmemorar una libertad pasada, la fuerza que goza hoy -mientras que las lenguas propias han desaparecido prácticamente en estos mismos territorios-, posee un origen más profundo.
Tierras Taurinas - Viaje a Francia, Opus 27 -
totalmente de acuerdo
ResponderEliminar