martes, mayo 08, 2007

Crónica de una novillada de promoción

¡La leche!

8 comentarios:

  1. Sin comentarios.

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  2. Y os estrañais de cosas como esta, que pasa que ya no os acordais de las espantadas de Daniel Luque en Tamames y El Alamo.

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  3. ¡Qué ganas de ser toreros...!
    ¡Qué ganas de ser personas!, pero al leer esto, movemos la cabeza hacia los lados con una medio sonrisa y...¿nada más?. Pues si, nada más, si fuesemos empresarios algo más podríamos hacer. Bueno, mejor NO.

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  4. Al que se dio a la fuga yo le inhabilitaría a perpetuidad para ser torero, pero todavía habrá gente que disculpe su actitud. Muchas gracias por la información. ¿No sabrás el nombre del muchacho, por si nos lo encontramos en algún cartel algún día por ahí?

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  5. Lo único que te diré es que es de Madrid y por lo visto allí por donde pasa arrasa, pues al parecer su actitud e imagen dejan mucho que desear.

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  6. Pero di el nombre, asi sabremos quien es este "artista que le tiene tanto respeto a la fiesta".
    Estos casos no hay que silenciarlos, al contrario hay que sacarlos a la luz, para que se enteren los aficionados de los personajes que andan circulando.

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  7. Esto "degenera" a pasos acelerados. Cambia la sociedad, usos y costumbres.
    Solo digo una cosa . En otros tiempos a un alcalde "como es debido" y con "la pareja haciendo sombra" no se le escapa ni dios.
    Y no estoy hablando de los tiempos de Cúchares... pregunten a Andres Vazquez y gente de esa época.
    !Ah, entonces "la pareja" no iba en coche!

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  8. Entre estas memorias de Andres Vazquez y "las novilladas de promocion" que cuenta el amigo de Jaen pudieramos encontrar un término medio de dignidad y respeto:

    Andrés Mazariegos Vázquez (Villalpando, Zamora, 1936) cuando cuenta sus experiencias personales y profesionales, lo hace con desgarro, con intensidad reflejada en el gesto ajado, pero cuidado, por el que se encuentran años y años de penurias vividas para lograr el objetivo de ser matador de toros de renombre. Mis experiencias taurinas han sido muy rurales, afirma. Y es que desde que le dijo a su padre que quería ser torero, Vázquez no lo tuvo fácil. Cuando mi padre supo que quería ser torero, dice, me dio un año de ‘cuartel’, me dijo que si no me tomaba las cosas por mi cuenta me tendría que poner a trabajar, porque no tenía para alimentar a todos mis hermanos y a mí. Entonces fue cuando Andrés, tal y como ya habían hecho muchos paisanos suyos, cogió las alforjas, en las que llevaba un puñado de ilusiones y de deseos, y emprendió el camino de casi imposible éxito por las capeas. Iba a las capeas de los pueblos de Guadalajara, Salamanca y Zamora. Nos echaban unos ‘toracos’ impresionantes, viejos y muy resabiados. Andrés, recuerda entre tantos y tantos toros a uno muy especial de Coquilla: aquel toro tiene una historia muy curiosa, el toro había ido a muchos pueblos y en sus astas llevaba la ‘marca’ de haber producido varios percances mortales; entre esta lista de negra percances destacaban las cornadas inferidas a un telero; ese día el telero estaba en un pueblo vendiendo sus telas por la calle mientras se hacía la capea en la plaza. El toro se escapó de la plaza, se debió hartar de estar allí. Emprendió la huida por las calles del pueblo, en su camino se encontró con el pobre telero y el coquilla no lo perdonó. Desde entonces lo llamaron Telero, concluye el torero.

    Una escuela muy particular
    Del toro de las capeas, viejo, resabiado y conocedor paciente de las debilidades de sus oponentes, aprendió Andrés Vázquez: Aprendí de todo: desde la técnica defensiva para dañar al toro, sin que se dieran cuenta las gentes de los pueblos, que esperaban a cualquier duda del maletilla ante el toro para darte con el garrote en la mano, hasta la comprensión y seguridad que daba dibujar uno o dos lances limpios y ceñidos. Los lances que ejecutaba Andrés Vázquez en las capeas eran siempre ejecutados para engañar y sortear las cornadas que lanzaban esos toracos, más que para intentar recrear el arte de cúchares. Dos pases, incluso uno lucido eran ya un sueño, una quimera que se hacia realidad y que a Andrés le hacían concebir más esperanzas para alcanzar ese duro reto marcado a fuego en su corazón. Porque ni Andrés, ni muchos otros toreros coetáneos en su tiempo, tuvo la posibilidad de acceder a una escuela de tauromaquia para aprender el oficio y practicar ante vacas jóvenes (eralas, a lo sumo utreras). Antes, ni por asomo existían las escuelas, nos teníamos que buscar la vida como pudiéramos, recuerda. Sin embargo, el destino, caprichoso, le ha llevado a ser profesor de algunas escuelas -tan añoradas en los dos primeros tercios del siglo anterior-, entre las que está la de Madrid, en la que enseñó a comprender al toro, a aprender la técnica para triunfar a toreros que hoy tienen gran entidad: Cuando ingresé en la escuela de tauromaquia de Madrid y vi que se enseñaba a torear a los niños, pero que también se les exigía estudiar para labrarse otro futuro posible, me dio mucha alegría; de hecho yo les explicaba que estudiaran y que aprovecharan esa ocasión que les brindaba la escuela paras ser toreros y personas. Las cosas han cambiado, algunas para bien o para mal, según se mire, pero la realidad es que las escuelas evitan que los chavales tengan que enfrentarse ante toros y vacas de más de doce años como lo hizo Andrés Vázquez en su juventud: a ver, exclama, yo no tuve esa oportunidad, yo aprendí a ser torero ante toros y ante vacas de más de doce años; animales que en algunos casos ni siquiera eran bravos sino cruzados con ganado manso, o incluso totalmente mansos. A veces hasta me tenía que arrojar a los pitones para mostrar el ‘hambre’ que tenía.
    (Texto: David Plaza.
    Fotos: Rosa Jimenez Cano)

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