Independiente,
emprendedor, lanzado, listo y adelantado a su tiempo, a pesar de la
educación burguesa que le inculcaron en Salamanca, nunca renunció
al arquetipo del ganadero charro –lo que fueron sus antepasados,
entre ellos, el viejo Antonio Pérez y su
hermano Fernando “el Cojo”-, alentado, probablemente, por el
ejemplo de los Miura. De ellos, aprendió que el primer deber de un
ganadero era de vender sus toros. Y aunque estos, en Salamanca, al
igual que les sucedía a los aristócratas andaluces, podían
ser considerados las joyas de una explotación agrícola, desde el
comienzo, el joven Antonio tuvo muy claro que, sobretodo, tenían que
resultar rentables. Por eso, en El Villar, pero principalmente en San
Fernando, fomentó la imagen del ganadero moderno, cambió el traje
charro por el corto, importó a Salamanca las faenas de acoso y
derribo y acabó con el retrato del ganadero derrochador y diletante
que había prevalecido hasta entonces en muchas explotaciones.
En una palabra, profesionalizó el oficio e inventó el marketing
moderno en el mundo del toro, gracias a su innato talento de
vendedor, donde se combinaban a partes iguales su respeto hacia el
cliente, el valor de la palabra dada... y un agudo sentido de la
picaresca que, a la hora del trato, lo convertía en un personaje
irresistible. En El Villar y en San Fernando, don Antonio pasaba los
días a caballo, vestido de corto. Seguía a sus rebaños a lo largo
de la trashumancia, cerraba acuerdos, compraba, vendía, ganaba…,
eso sí, con señorío, elegancia y no poca gracia. En escasos años,
se convertiría en el mejor vendedor de toros de su época y en uno
de los mayores de la historia. Cuando iba a Madrid, el hotel donde se
alojaba se convertía en el epicentro del planeta taurino. En dos
días, recuerdan los viejos taurinos, vendía su camada entera.
¡Cuántas trampas hizo a sus colegas, aconsejándoles pedir mucho
dinero a los empresarios para, inmediatamente, ofrecer una pizca
menos y cerrar el trato! Quien entraba en San Fernando sólo para
informarse, salía con algo debajo del brazo: una corrida, una
novillada, un toro suelto... No es de extrañar que don Antonio les
profesara a los hijos de Eduardo Miura una gran amistad. Ellos
también habían aprendido de su padre que el toro puede y debe ser
negocio, a condición de que encuentre su mercado. Y como bien dice
Eduardo Miura IV hoy: “no hay que confundirse: el toro comercial es
aquél que mejor se vende”.
Es decir, y a pesar de todo, fue uno de los precursores del entierro de muchos de los valores de la fiesta en general y en Salamanca en particular. A él se debe, por ejemplo, y por intereses propios, la obsesión del peso de los toros en detrimento del trapío....
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