La afición madrileña no consideró a El Espartero diestro capacitado para alcanzar las primeras líneas del toreo, pues se le advertían muchos defectos, tanto técnicos como artísticos, y algunos revisteros de la época destacan su torpeza tanto para dirigir la lidia como para reconocer las condiciones de los toros y acoplarse a ellas. Sin embargo poseía un valor desmedido, y la emoción de sus alardes temeriarios, que el público valoraba en su justa medida, lo convirtieron en un diestro muy popular. Sufrió muchos percances en los cosos y su cuerpo estaba surcado por hondas cicatrices de más de una treintena de cornadas. Un amigo -cuentan sus coetáneos- le preguntó por qué seguía toreando, si casi siempre resultaba cogido, a lo que respondió con la frase famosa: "Más cornás da el hambre".
Joaquín Vidal
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