Mientras
pasea a caballo entre los toros que han de lidiarse en Corella y
Calanda, Juan Ignacio recibe un SMS. “¡Qué cachondo es éste!
-exclama-. Me dice uno que Matilla le ha pedido mi teléfono, cuando
llevamos seis años sin cruzar una palabra y
me ha quitado de veinte mil plazas”.
En el cercado del jardín, los últimos toros de la camada esperan su
destino. Y un poco más lejos, los de la siguiente. Siete u ocho
corridas, como siempre, para las cuales se adivina el retorno a las
mejores ferias. Si las cosas no se tuercen, en 2014 el apellido
Pérez-Tabernero, asociado al de Montalvo, debería volver por sus
fueros y alzarse hasta la primera fila. Por méritos propios, no por
imposición alguna, y menos aún por respeto a un pasado glorioso,
sino, sencillamente, porque los toros de Linejo embisten de nuevo con
casta, nobleza, fuerza y bravura. Dentro de unos días, una vez
finalizada la feria de Salamanca, el jurado del Toro de Oro -el Nóbel
de los ganaderos charros que sólo se concede a unos pocos ejemplares
excepcionales- se lo llevará por unanimidad el gran Civilón,
lidiado en último lugar, y que lo tuvo todo. ¡Todo! Un peldaño
más y una noticia que Juan Ignacio acogerá con su flema habitual.
Ni siquiera se extraña en exceso cuando, en su teléfono, que no ha
parado de sonar durante toda la mañana, escucha la voz de Teodoro
Matilla... Después de seis años sin hablarle y de permitir que sus
hijos lo veten en todas sus plazas, el poderoso taurino que ha tejido
su telaraña dentro del despacho, le da la enhorabuena por su gran
corrida de Salamanca, como si hubieran almorzado juntos la víspera.
Juan Ignacio saborea el momento y recuerda lo que su amigo José
Antonio Chopera le dijo hace poco: “Cuando algo nos interesa, los
taurinos somos capaces de arrastrarnos como culebras”.
Tierras Taurinas opus 23 dedicado a Antonio Pérez
Foto: "Civilón" de Montalvo, "Toro de Oro" de Salamanca 2013
Sobre los toros de Juan Mari Pérez-Tabernero Montalvo: Los bureles del simpático Juan Mari no son propicios para un trato distinguido. Salen del chiquero como si ya estuvieran entregados y prestan la menor emoción a la pelea que debe librarse en la arena (Vicente Zabala en Nuevo Diario.22 de mayo de 1971)
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