No pudo haber ayer aficionado que no saliese satisfecho del resultado global de la corrida. Fue uno de esos espectáculos que te reconcilian con tu afición, con el toreo, con el sublime arte de la tauromaquia, que no consiste en abrumar toros a base de derechazos y naturales. Ayer recuperamos los aficionados en Madrid el concepto integral de la corrida de toros. Una corrida que tiene tres tercios, que en todos ellos es rica en matices, en rito, en liturgia, que puede hacerse brillante incluso porque a algunos detalles se les dé la importancia que tienen y requieren.Ayer vimos torear en el primer tercio, antes, durante y después de la salida o entrada en el ruedo de los caballos; vimos torear en banderillas; vimos toreo en el último tercio; vimos estocadas de verdad, ajenas de misticismos o de triunfos forzados. Y no es que estuviéramos en una corrida completa, perfecta, inmaculada, plagada de triunfos y de orejas… No, es que vimos torear, que es muy distinto. Hubo una oreja, pudieron haber sido dos, a lo más tres… ¡y qué más da! Salimos felices, exultantes de la plaza, aun hablábamos enfervorizados de toros cuando cambiamos de fecha esta noche, los recuerdos seguían agrupándose en nuestra mente y pugnaban por salir, por quitarse el sitio unos a otros, por reclamar ser el centro de nuestra absoluta atención. ¡Qué festejo tan rico, tan variado, tan diverso y generoso de matices y detalles! (...)
Señores, esto es lo que nos hizo aficionados y lo que aun mantiene las ilusiones que día a día nos hacen volver a la plaza de toros. Toros y toreros; ¡qué más dará que unos anduviesen mejor que otros!
Foto: Juan Pelegrín
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