Copio, pego y enlazo de la edición digital del periódico El País:
Quedó claro que ser figura del toreo es más difícil que ser Papa. Pero, como ocurre en las instancias vaticanas, no basta con llegar; una vez alcanzado el supremo reconocimiento, hay que demostrarlo todas las tardes.
Ser figura es mandar, y mandar es poder a todos los toros. Una figura es un torero heroico y artista, que triunfa sin discusión ante toros con trapío, encastados y fieros, en las plazas de mayor responsabilidad. Una figura es un maestro que domina y enseña. Todo lo demás es bisutería y cuento barato.
Nadie duda de que Ponce es una figura. Faltaría más. Pues quede aquí la duda. Una figura debe tener, ante todo, respeto a Sevilla y vestirse de luces ante toros de verdad. Es, pues, intolerable que Ponce se presente en la Maestranza con vergonzosos novilletes, inválidos por más señas y descastados hasta la desesperación. ¿Por qué? Porque más que una figura es un respetable torero moderno, que se alivia todas las tardes a sabiendas de que el público indocumentado le aplaudirá cualquier postura aflamencada ante un moribundo. Si Ponce fuera una figura de las de verdad habría rechazado esta ganadería y se habría presentado en Sevilla con toros auténticos de los que dan y quitan cotización y prestigio.
Aplíquese la misma regla a Castella y Manzanares, jóvenes que pronto han aprendido los errores de sus mayores: presentarse en la Maestranza con engañabobos que suponen un flagrante fraude.
Pues así está el toreo: figuritas de postín ante gatitos de Juan Pedro Domecq, que es el mismo dueño de los gatitos de anteayer. Con estos amigos de la fiesta, ¿para qué queremos enemigos?
La tarde fue de perros, ésa es la verdad, porque un vendaval dificultó gravemente la labor de los toreros. A pesar de ello, imaginable es que lo de Ponce fue de sopor ante dos sardinas lisiadas. Y, encima, tuvo la osadía de salir a saludar tras la muerte de su primero. Castella brindó la raspa más indecorosa de la tarde, el quinto, y su faena fue de entrega ante un novillote encastado.
Y Manzanares, en pleno diluvio, dibujó en el sexto preciosos muletazos, especialmente por la mano derecha, y toda su labor estuvo preñada de estética ante una noble sardina. Y le dieron las dos orejas. Pues, muy bien.
El Domingo en el periódico donde escribe este señor, también venía un dibujo del Roto, con un torero haciendo el paseillo y unas moscas detras. La metafora está muy clara :
ResponderEliminarLas moscas van a la mierda y está por tanto es el torero.
BRAGAOMEANO.