Paco
Ureña, digan lo que digan, es el único que a día de hoy ha puesto
sobre la arena de una Plaza de Toros en esta temporada 2016 las
verdades más incuestionables del toreo: la naturalidad, el muletazo
de trazo largo y rematado, el cite, la ligazón, y todo eso pisando
el terreno del toro, apropiándose del terreno que, según Belmonte,
pertenece al torero y que según la taurinería contemporánea
correspondería al viento que corre entre el sitio donde se pone el
torero contorsionado como una alcayata y el sitio donde está el
toro. Lo de Ureña en Sevilla hace ahora cerca de un mes tiene además
la cosa, que a muchos les parecerá de poca monta, de hacérselo a un
toro de presencia y de respeto ante el que la mayoría de la llamada
“parte alta del escalafón” haría aguas mayores.
A
veces las circunstancias vencen y, en este caso sevillano, Paco
Ureña, su limpia tauromaquia clásica y asolerada, su verticalidad,
su cuajo de torero de los que nos gustan sin retorcimientos ni
mohínes, ha sido víctima de un puñado de circunstancias que han
servido para poder tapar su disposición, su verdad y su torería sin
alharacas: perfecto espejo en el que bien podían mirarse los
jóvenes. Vaya a él, en esta tarde de suspensión, este pequeño
reconocimiento
José
Ramón Márquez – Salmonetes ya no nos quedan -
Totalmente de acuerdo.
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