Salieron toros de oreja y el ambiente no se caldeaba, porque nadie parecía tener interés en cortarlas. Hasta que apareció un manso cinqueño con cuajo y astas vueltas a juego, y de aúpa, para picarle, el señor Bejarano, que llaman El Avispa. Entonces sí. Entonces fue cuando el ambiente frío, más bien relajado, se convirtió en hoguera de entusiasmo; la gente se levantaba de sus asientos para aplaudir, piropeaba al de aúpa, por picador bueno, que hacía la suerte por derecho. Le aclamaba: ¡Avispa, Avispa, Avispa! El señor Bejarano, una figura, tuvo que saludar con el castoreño.Los turistas, no muchos -pues hubo magnífica entrada, pero esta vez de aficionados- buscaban en sus diccionarios la traducción: avispa, gûepe; avispa, bine; avispa, wasp. No entendían. La afición, en cambio, entendía sin diccionarios que esa es la forma de picar los toros, aunque el señor Bejarano metiera la vara poquitín trasera. Y, para nota, cuando volvió el caballo para mudar de terreno, se le arrancó el toro de improviso en típica reacción de manso, y, en un alarde ecuestre, enderezó al percherón, recibió de nuevo por derecho, detuvo, pegó el puyazo en lo alto. La torera intervención de El Avispa desencadenó el entusiasmo colectivo. iAvispa, Avispa, Avispa !. Qué tarde de toros dio. "Aquella plaza no era plaza" dirá, como todos, cuando se lo cuente a sus nietos.
Foto: Campos y Ruedos
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