Una casta de coletudos vivía acomodada ofreciendo frivolidades taurinas a precio de toreo de oro. Eran los grandes intérpretes de unipase y a correr , del torear de abajo para arriba y de dentro para afuera. Circulaban a todo gas por las ferias al tiempo que quitaban de sus plazas a noveles y modestos a fin de sumar corridas y dinero con sus patéticas versiones del arte de torear. Plagiadores de sí mismos, triunfaban una y otra tarde, a mayor gloria de un público benemérito y adulador. Su patria era el aplauso fácil y la oreja, el desplante flamenco y la sonrisa estudiada, la patria de la merienda y el jolgorio. Habían desterrado del toreo cualquier rastro de emoción. Imponiendo sus formas vacías y frías fueron consagrados figuras por la sociedad mediática y camparon así largo tiempo por la parte alta del escalafón vendiendo arte de baratijas. La suya fue la época del despotismo taurino menos ilustrado de la historia.
Pero en este mundo al revés, comandado por figuras carentes de espíritu, se produjo súbitamente una gran conmoción. Un torero de pálida tez, esbelta figura y mirada enigmática, irrumpió dispuesto a retornar el arte del toreo a sus esencias. Guiado por los ancestros táuricos que le llenaban el alma, se olvidó del cuerpo y, comprometido con su misión purificadora, tuvo el valor de parar, templar y mandar a la fiera. Armado con terca voluntad de artista, se quedó quieto, inmóvil, clavado en el ruedo; citó dando el pecho al toro y le dejó una sola y arriesgada posibilidad: la de embestir con toda su sangre brava seguro de que iba a hacer presa. En el momento del embroque, el torero cargó la suerte y llevó la embestida hasta el final de su voluntad, embebido el toro en los vuelos heroicos de la muleta. Seguidamente, sin enmendarse, quebró la cintura y repitió la hazaña. Y así hasta enroscarse en trágica espiral para acabar vaciando con el obligado pase de pecho, de pitón a rabo. Pareció detenerse el mundo y el público, enloquecido ante la contemplación del pasmo con que aquel torero recreaba la verdad telúrica del arte de torear, sufrió un turbador impacto emocional que le desgarró el alma al tiempo que le producía una agradable sensación de placidez. La afición había descubierto la verdad, se había purificado con aquella vivencia espiritual del toreo. Y ya nada sería como antes. Ahora existía un torero, un toreo, y los demás.
¿Cómo podía haber adulado durante tanto tiempo a aquellos otros, a los demás, los de las formas repetitivas, a los siervos de una plástica sin alma?, se preguntaba la masa purificada, loca de rabia.
Y, desde entonces, los públicos quisieron vivir la emoción del toreo en cada lance, en cada pase, en todas las suertes, en todos los toros y así lo exigieron a todos los toreros.
Los demás, hubieron de arrodillarse implorando la atención del público que ahora les despreciaba. Unos se fueron a portagayola , otros lancearon de rodillas, otros se enredaron con el capote en quites aparatosos o perpetraron bajonazos fulminantes en busca del trofeo redentor. Pero todo fue inútil. El fervor popular era exclusivo para aquel torero poseedor del arte sublime de la lidia, el único, el que había devuelto el espíritu a la fiesta, aquel torero esencial que les había purificado y al que la afición había proclamado como su nuevo ídolo.
Y los demás vivieron asustados de feria en feria el resto de sus días. Muchos soñaban torear como aquel torero lo hacía y despertaban sudorosos o enfermos de impotencia. Algunos hubieron de retirarse, repudiados por la afición que les reprochaba su falta de coraje para emular a aquel torero. Los peores maquinaron con malas artes cómo destruir al nuevo ídolo usando el poder de las sumisas fuerzas mediáticas.
Ninguno de ellos consiguió arrebatarle ni el arte ni el genio a aquel torero divino. Y solo les quedó a los demás esperar la llegada fatal de un largo natural, eterno como el arte y hondo como la muerte, que les devolviera a su abyecta prepotencia.
¿Cómo podía haber adulado durante tanto tiempo a aquellos otros, a los demás, los de las formas repetitivas, a los siervos de una plástica sin alma?, se preguntaba la masa purificada, loca de rabia.
Y, desde entonces, los públicos quisieron vivir la emoción del toreo en cada lance, en cada pase, en todas las suertes, en todos los toros y así lo exigieron a todos los toreros.
Los demás, hubieron de arrodillarse implorando la atención del público que ahora les despreciaba. Unos se fueron a portagayola , otros lancearon de rodillas, otros se enredaron con el capote en quites aparatosos o perpetraron bajonazos fulminantes en busca del trofeo redentor. Pero todo fue inútil. El fervor popular era exclusivo para aquel torero poseedor del arte sublime de la lidia, el único, el que había devuelto el espíritu a la fiesta, aquel torero esencial que les había purificado y al que la afición había proclamado como su nuevo ídolo.
Y los demás vivieron asustados de feria en feria el resto de sus días. Muchos soñaban torear como aquel torero lo hacía y despertaban sudorosos o enfermos de impotencia. Algunos hubieron de retirarse, repudiados por la afición que les reprochaba su falta de coraje para emular a aquel torero. Los peores maquinaron con malas artes cómo destruir al nuevo ídolo usando el poder de las sumisas fuerzas mediáticas.
Ninguno de ellos consiguió arrebatarle ni el arte ni el genio a aquel torero divino. Y solo les quedó a los demás esperar la llegada fatal de un largo natural, eterno como el arte y hondo como la muerte, que les devolviera a su abyecta prepotencia.
Salvador Boix.
Apoderado de José Tomás
Publicado en el año 2000 en el nº 19 la revista CAIRELES
Encontrado en Torosbarcelona.com
Autor fotografía: José Angel. Taurophoto
Apoderado de José Tomás
Publicado en el año 2000 en el nº 19 la revista CAIRELES
Encontrado en Torosbarcelona.com
Autor fotografía: José Angel. Taurophoto
La elecciòn de Salvador Boix como apoderado es una buena noticia.( No haber leìdo el nombre de Arranz mejor aùn)
ResponderEliminarEste Salvador Boix, polifacético bohemio y aficiionado al toreo sobre todo, me ha deajo planchao con la noticia.
ResponderEliminarMe alegro mucho.
Julio
Que Jose Tomás vuelva es mas que una sorpresa para muchos; que reaparezca en Barcelona para muchos,espero, una lección de que la Monumental esta viva... Y que Salvador Boix sea el apoderado del maestro es ya un soplo de aires nuevos para ese mundo taurino que necesita de figuras como Tomas y Boix en un mismo barco.
ResponderEliminarMónica Castillo