Si tú eres de los que vienen a ver torear bonito cornúpetas dóciles y se entusiasman aunque no haya bravura, es tu privilegio. Yo tengo la desgracia, ironicé, de emocionarme a partir del comportamiento del toro y de los problemas que su fiereza plantee.
Fiesta brava se llama, no fiesta bonita, porque la sustenta la bravura de los animales de lidia, su capacidad de acometer a los engaños con nobleza pero también con intención de herir al que se descuide, no de pasar franciscanamente delante del diestro. A partir de la bravura o de la mansedumbre con peligro, la inteligencia, valor e imaginación del torero adquieren sentido y jerarquía cultural. Lo demás es cachondeo, aproximación, toreografía agradable, no dramatismo conmovedor.
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