Ya nos sentimos más daneses; qué digo, más suecos. Nuestra economía está bombeando, las bibliotecas no dan de sí. Todo en instantes. La “gente” ha empezado a encontrar trabajo.
La destrucción de la naturaleza con los motores adulterados de la bienpensante Volkswagen o con los pedos de las vacas estabuladas (que al morir no hacen ruido ni casi manchan) pasa a un segundo plano. Siria, la leche que no es leche, el Amazonas. Todo pasa a un segundo plano.
La sociedad “avanzada” ha conseguido eliminar un vestigio neolítico que nos atenazaba. Igual que el ISIS voló vestigios protohistóricos y arcaicos.
Así que ese toro, ese en concreto, no va a morir. En público. En los pueblos. Donde los pobres esos.
Quizá sea algo clasista no permitir la muerte en festejos populares. Pero, al fin y al cabo, uno de los fundamentos de la sociedad “avanzada” es que hay que aspirar a vivir en las ciudades y a ganar mucho dinero. Con ese dinero pude uno entrar en una plaza de toros comme il faut. Los pobres de pueblo, que se busquen otros entretenimientos, como la ópera o el cine o los museos o los centros de interpretación de cosas. Que no va nadie allí a esos actos, mucho más propios de una sociedad “avanzada”.
Foto inferior: Paleta-Poeta de Joan Brossa (Museo Reina Sofía)
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