Lo
de Camarín fue
bravura auténtica, en puridad. La bravura que explicaba en esta
entrada, definida
llanamente con la frase "hasta aquí hemos llegado". La
RAE sólo necesita una palabra para explicarlo, dicho de un animal:
fiero o feroz. Porque Camarín,
después de cinco tandas en las que Aguilar le dio distancia y se lo
dejó llegar de largo, sin esconderlo, intentando gobernar las
imparables acometidas del funo sin terminar de conseguirlo, como
los bravos de veras, en vez de mirar con tontuna a los tendidos y
huir a tablas, Camarín dijo
que se acababa la historia y que no le pegaban ni uno más. A esas
alturas de faena Camarín no
embestía, cazaba. Aguilar se percató, cogió la espada y se lo
llevó a los adentros con varios muletazos por bajo que tanto gustan
en esta plaza, sin lucimiento, y se tiró de verdad, con el cuerpo
tras la espada, llevándose un pitonazo en el pecho y colocando el
estoque arriba, donde merecía tamaño toro. (...)
Porque Camarín acudió
de largo a la pelea, fijo en el caballo. En el primer envite empujó
con todo y en el siguiente lo sacaron rápido. Pedía pelea y no
vimos el ansiado tercer puyazo porque no se administra el castigo, se
lidia malamente. En banderillas no hizo ningún ademán de manso y
persiguió a Rafael González. Todo ello con viveza, con brío de
bravo, codicia y galope que era todo un deleite.
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