Joan
Ribó se pone a la altura (o
más) del
integrista obispo Antonio Cañizares cuando es capaz de equipar el arraigo social y cultural de la Tauromaquia con la esclavitud, la inquisición o la violencia de género. Hay
que ser talibán para tener semejante ocurrencia en un pleno
municipal. Hay que tener muy poca decencia para, sin mayoría social
ni de votos y con exabruptos semejantes, tomar decisiones semejantes
como prohibir el bou embolat por capricho. Muy poca decencia
democrática. Que es casi peor que las palabras de Antonio Cañizares
llamando a desobedecer
las leyes de igualdad de género. Porque el obispo todavía se
puede 'excusar' en su fanatismo religioso, pero el alcalde de la
ciudad València --recordemos, que sin el apoyo de una mayoría
social ni de votos--, sí se debe al conjunto de la sociedad
valenciana, su diversidad y pluralidad, y a la que por tanto debe
respetar. Pero Ribó discrimina como hace Cañizares en lo que opina
que es contrario a su fe. Si para Cañizares la igualdad de género
es cosa del mismo demonio, la Tauromaquia para Ribó es equiparable a
esa lacra que es la violencia de género. Su animalismo ciega
cualquier rastro de humanismo e ignora, sobre todo, los fundamentos
de esa relación ancestral entre el toro y hombre a través de laTauromaquia, que vertebra y une socialmente y ejemplifica también la
liberación del pueblo frente a la nobleza y, por supuesto, el
respeto al toro, a su espacio y a su carácter y animalidad a través
de los siglos.
Andrés
Verdeguer
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