Tercio
de banderillas del tercer toro, de escasa movilidad y tardo de
embestida como todos sus hermanos. Una tensa espera para los
subalternos. El responsable de la lidia, Javier Ambel, capote
prendido en las yemas de los dedos, se dispone a dar una lección de
toreo; llama al toro, se deja ver, sin prisa, con elegancia, lo
embebe en la tela, sin tocarla, con suavidad, como una caricia. Y
así, uno, dos, tres y hasta cuatro lances interminables que supieron
a gloria en una tarde que se precipitaba por la ladera del sopor. El
animal quedó en los medios, y el matador, Rubén Pinar, indicó que
lo acercaran a tablas. Lo intentó Ambel a una mano, pero el toro no
respondió, y volvió a dibujar otros dos lances para los paladares
exquisitos de los muchos que supieron verlo.
Antonio
Lorca
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