Según el parecer del poeta, los toros representan la fiesta más culta que puede haber actualmente en el mundo. Afirma, además, que se trata de un ritual que conecta directamente, a través de los sinuosos vericuetos de la sangre, con esa tragedia griega de Sófocles y Esquilo cuya extinción tanto lamentara Nietzsche. La fiesta de los toros ejemplificaría a la perfección ese precario equilibrio entre lo apolíneo y lo dionisiaco tan consustancial a cualquier obra de arte cabal. Y ambos principios, precisamente, constituyen los extremos entre los cuales se desenvuelve el curso de este escrito en un prolongado proceso que avanza en zigzag, unas veces elevando lo intuido a la luz del concepto y otras, cuando el discurso esclarecedor desfallece, encarnando las nociones más abstrusas en el palpitante y tierno tejido de las metáforas y de las imágenes poéticas. Filósofos y poetas actuando al alimón para, dentro de lo posible, destilar las esencias ocultas de la única fiesta en la que se logra la cuadratura del círculo de hermanar lo más castizo y local con lo más universal. De esto se trata aquí de manera fundamental. Hoy en día, además, optar por la defensa de la causa taurina supone alinearse del lado de la amenazada causa del humanismo.
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