El papa negro escribe al Conde de Aranda:
"Le escribo desde los albores del siglo XXI para darle cuenta sobre los males de la patria que siguen abundantes, por lo que este su corresponsal, en aras de brevedad, procurará ceñirse a la fiesta de los toros y no mezclar otros carajales.
Quiero ser sincero y no ocultarle que éste que suscribe es viejo aficionado, múltiples veces arrepentido y contrito de integrarme en los tendidos para ver el espectáculo que hoy divierte a una sociedad opulenta conformada en masa consumista con clavel en el ojal.
Servidor pensaba y piensa que la fiesta de toros era cosa bien distinta, íntimamente relacionada con el arte antiguo y con la profunda emoción que un hombre siente ante la representación veraz e inmediata de la vida y de la muerte manifestada en cara y cruz por un torero y un toro bravo. Visto lo visto tengo que reconocer que quizás he estado completamente equivocado, señor Conde.
Pero para no alargar la misiva y mis dudas, vayamos al grano: lo que usted dejó en 185 festejos hoy superan los 2.000, si bien los de ahora nada tienen que ver con los suyos. Hoy, señor Conde, los fieros toros de su época han sido amaestrados por sus criadores hasta convertirlos en animales descastados, desprovistos de su natural fiereza, agresividad y pujanza, hasta el punto de permitir en torno a ellos algo próximo a un ballet manierista y ventajista.
Para que me entienda mejor, señor Conde: esto se ha convertido en el timo del “toromocho”, una variante del conocido tocomocho. ¿Qué diría usted si fuera a la feria buscando fuertes équidos híbridos y de allí saliera con una reata de “mulas ciegas”? Algo que está entre el timo, la decepción y el escándalo.
Unos denostamos la adulteración de las corridas de toros y otros su simple existencia, pero nadie acabará ni prevalecerá contra ellas. Llevamos siglos disfrutándolas y padeciéndolas.
Y porque admiro su pensamiento utilitarista y pragmático quiero adelantarle una primicia científica: una de nuestras universidades autonómicas (instituciones inefables, perfectamente prescindibles) está a punto de publicar que la proteína de toro bravo es el eslabón perdido que cerraría el círculo mágico de la saludable dieta mediterránea; esa que hoy alarga nuestra esperanza de vida y que antaño aliviaba nuestras hambres.
Pensará vuecencia que esto al fin le da la razón, convirtiendo el toro bravo en carne de consumo, se equivoca su Ilustrísima, pues para que la proteína ejerza su salvífico efecto debe estar “lidiada y mechada” en coso público y muerta a estoque. No se asombre, al fin siempre la civilización aboca en un punto de sofisticada perversión: la carne de caza en su punto debe estar al borde de la pudrición, faissandé, para darle un toque afrancesado y grato a sus oídos.
Hoy, como siempre, aspiramos a la belleza y a la inmortalidad: se paga una pasta por la baba de caracol, señor Conde, de modo que no se sorprenda que nos comulguemos con toros descastados en cada feria.
Como ve la vida sigue igual, como dice Julio Iglesias, un bardo de la época, al fin y al cabo Esquilache pensó que los males de la patria estaban en la capa y el sombrero. La estupidez es universal, señor Conde; espero que en esto coincidamos.
Respetuosamente suyo,
El Papa Negro. "
Quiero ser sincero y no ocultarle que éste que suscribe es viejo aficionado, múltiples veces arrepentido y contrito de integrarme en los tendidos para ver el espectáculo que hoy divierte a una sociedad opulenta conformada en masa consumista con clavel en el ojal.
Servidor pensaba y piensa que la fiesta de toros era cosa bien distinta, íntimamente relacionada con el arte antiguo y con la profunda emoción que un hombre siente ante la representación veraz e inmediata de la vida y de la muerte manifestada en cara y cruz por un torero y un toro bravo. Visto lo visto tengo que reconocer que quizás he estado completamente equivocado, señor Conde.
Pero para no alargar la misiva y mis dudas, vayamos al grano: lo que usted dejó en 185 festejos hoy superan los 2.000, si bien los de ahora nada tienen que ver con los suyos. Hoy, señor Conde, los fieros toros de su época han sido amaestrados por sus criadores hasta convertirlos en animales descastados, desprovistos de su natural fiereza, agresividad y pujanza, hasta el punto de permitir en torno a ellos algo próximo a un ballet manierista y ventajista.
Para que me entienda mejor, señor Conde: esto se ha convertido en el timo del “toromocho”, una variante del conocido tocomocho. ¿Qué diría usted si fuera a la feria buscando fuertes équidos híbridos y de allí saliera con una reata de “mulas ciegas”? Algo que está entre el timo, la decepción y el escándalo.
Unos denostamos la adulteración de las corridas de toros y otros su simple existencia, pero nadie acabará ni prevalecerá contra ellas. Llevamos siglos disfrutándolas y padeciéndolas.
Y porque admiro su pensamiento utilitarista y pragmático quiero adelantarle una primicia científica: una de nuestras universidades autonómicas (instituciones inefables, perfectamente prescindibles) está a punto de publicar que la proteína de toro bravo es el eslabón perdido que cerraría el círculo mágico de la saludable dieta mediterránea; esa que hoy alarga nuestra esperanza de vida y que antaño aliviaba nuestras hambres.
Pensará vuecencia que esto al fin le da la razón, convirtiendo el toro bravo en carne de consumo, se equivoca su Ilustrísima, pues para que la proteína ejerza su salvífico efecto debe estar “lidiada y mechada” en coso público y muerta a estoque. No se asombre, al fin siempre la civilización aboca en un punto de sofisticada perversión: la carne de caza en su punto debe estar al borde de la pudrición, faissandé, para darle un toque afrancesado y grato a sus oídos.
Hoy, como siempre, aspiramos a la belleza y a la inmortalidad: se paga una pasta por la baba de caracol, señor Conde, de modo que no se sorprenda que nos comulguemos con toros descastados en cada feria.
Como ve la vida sigue igual, como dice Julio Iglesias, un bardo de la época, al fin y al cabo Esquilache pensó que los males de la patria estaban en la capa y el sombrero. La estupidez es universal, señor Conde; espero que en esto coincidamos.
Respetuosamente suyo,
El Papa Negro. "
Si este Papa Negro fundara una dinastía periodística...
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