¿COMPARACIONES?
Ha sido la afición, por su cuenta, la que ha decidido comparar a José Tomás con Manolete. Remiso con la prensa José, apenas se recuerdan algunas palabras sueltas pronunciadas por su persona acerca de Manuel, aunque jamás evitó declarar una profunda admiración por el romántico torero caído en Linares el 29 de agosto de 1947, trágica fecha de la que ahora se cumplen sesenta años.
Entre Manolete, como torero, y José Tomas, como torero, es imposible establecer algún tipo de semejanza, ni en lo humano ni en lo profesional. Aparentemente nada les une, aunque bien podría darse el caso de que uno, en silencio, rumiara para sí mismo, y se sintiera el heredero directo del otro y además del toro, tuviera tan tremenda carga histórica por añadidura. Manolete: un revolucionario. Antes de él nadie había toreado como él, después, todo el mundo quería torear como él. Es decir, cambió el toreo. José Tomás: un clásico. Antes de él, todos los toreros legendarios habían toreado como él, después, todos los grandes toreros seguirán toreando como él. Restaurador, la aportación de José Tomás a la Fiesta de finales del XX fue mostrarles a las generaciones nuevas como se toreó siempre. Un revolucionario y un clásico.
Burocráticamente también existen diferencias entre las administraciones de ambos... y mientras uno es un torero hondo, José, con raíces, pies clavados en la arena, Manolete parecía elevarse hasta llegar a crear entre los públicos la sugestión de que podría levitar ante la fiera. Visualmente, a uno se le abren las alas de la chaquetilla del vestido al vaciar, al otro se le pegaban en su escuálida silueta sin enseñar jamás el bordado del chaleco. Les une un “toque” imperceptible, lo principal, que no es otra cosa que un leve movimiento de arriba a abajo con la muleta al citar, no un mantazo, que la mayoría de los espectadores no perciben. Y les separa el toro, muy grande y manso ahora, y muy chico y bravo antes. Cuando la guerra Civil había terminado y fueron aprovechadas las reses de casta para los guisos de campaña, quedando diezmada la caballa brava, que no se tuvo más remedio que sacrificar.
Si en lo profesional Manuel y José son dos toreros diferente, incluso físicamente (aunque ambos dispusieron con la herramienta de unos brazos de una longitud desproporcionada, ventaja corporal), en lo humano resultan opuestos. Época de uno y otro, aparte, el progreso de España desde entonces ha convertido a nuestro país en otro planeta. Manuel fue un niño enfermizo en años de hambruna. José un rollizo bebé al que no le falto de nada y crecía sano gracia a los limpios aires de la sierra madrileña. Uno, torero desde la cuna, pues Manuel estaba vinculado a todas las rancias estirpes toreras de Córdoba. El otro, José Tomás, un torero elegido, que de niño soñaba con ser futbolista y sin antecedentes taurinos familiares. De nuevo la tremenda diferencia entre un destinado y un elegido.
Manuel, el pequeño de su casa, huérfano de padre desde los seis años y con la responsabilidad de atender en todo lo necesario a su madre, cinco hermanas y tres sobrinas. José, el mayor, perfectamente criado como primogénito de un joven matrimonio con profesiones altas, del que más tarde nacieron tres varones. O sea la casa de Córdoba estaba regida por mujeres, mientras la de Galapagar por hombres.
Entonces, ¿en qué se parece José Tomás a Manolete? En nada, son dos toreros diferentes en épocas diferentes. ¿Quién ha hablado de imitación? Imposible, puesto que si José pretendiera parecerse a Manuel, también nos tendría que recordar a los incontables discípulos que siguieron dignamente la brillante escuela dejada por Monstruo. De valor los dos, de mucho valor. Los dos con una extraordinaria personalidad dentro y fuera del ruedo, y los dos trasgresores tanto en la vida como ante al toro. Nadie sabe lo que contiene una cabeza ajena, menos aun si se trata de la de un torero, menos aun si se trata de la de José Tomas. ¿Será José Tomás aquel rival que Manolete nunca tuvo? Vamos a meternos en la máquina del tiempo, reflexionar, no sea que el destino nos hubiera gastado una broma macabra. Los dos en un mismo cartel y se habrían terminado las dudas.
Ha sido la afición, por su cuenta, la que ha decidido comparar a José Tomás con Manolete. Remiso con la prensa José, apenas se recuerdan algunas palabras sueltas pronunciadas por su persona acerca de Manuel, aunque jamás evitó declarar una profunda admiración por el romántico torero caído en Linares el 29 de agosto de 1947, trágica fecha de la que ahora se cumplen sesenta años.
Entre Manolete, como torero, y José Tomas, como torero, es imposible establecer algún tipo de semejanza, ni en lo humano ni en lo profesional. Aparentemente nada les une, aunque bien podría darse el caso de que uno, en silencio, rumiara para sí mismo, y se sintiera el heredero directo del otro y además del toro, tuviera tan tremenda carga histórica por añadidura. Manolete: un revolucionario. Antes de él nadie había toreado como él, después, todo el mundo quería torear como él. Es decir, cambió el toreo. José Tomás: un clásico. Antes de él, todos los toreros legendarios habían toreado como él, después, todos los grandes toreros seguirán toreando como él. Restaurador, la aportación de José Tomás a la Fiesta de finales del XX fue mostrarles a las generaciones nuevas como se toreó siempre. Un revolucionario y un clásico.
Burocráticamente también existen diferencias entre las administraciones de ambos... y mientras uno es un torero hondo, José, con raíces, pies clavados en la arena, Manolete parecía elevarse hasta llegar a crear entre los públicos la sugestión de que podría levitar ante la fiera. Visualmente, a uno se le abren las alas de la chaquetilla del vestido al vaciar, al otro se le pegaban en su escuálida silueta sin enseñar jamás el bordado del chaleco. Les une un “toque” imperceptible, lo principal, que no es otra cosa que un leve movimiento de arriba a abajo con la muleta al citar, no un mantazo, que la mayoría de los espectadores no perciben. Y les separa el toro, muy grande y manso ahora, y muy chico y bravo antes. Cuando la guerra Civil había terminado y fueron aprovechadas las reses de casta para los guisos de campaña, quedando diezmada la caballa brava, que no se tuvo más remedio que sacrificar.
Si en lo profesional Manuel y José son dos toreros diferente, incluso físicamente (aunque ambos dispusieron con la herramienta de unos brazos de una longitud desproporcionada, ventaja corporal), en lo humano resultan opuestos. Época de uno y otro, aparte, el progreso de España desde entonces ha convertido a nuestro país en otro planeta. Manuel fue un niño enfermizo en años de hambruna. José un rollizo bebé al que no le falto de nada y crecía sano gracia a los limpios aires de la sierra madrileña. Uno, torero desde la cuna, pues Manuel estaba vinculado a todas las rancias estirpes toreras de Córdoba. El otro, José Tomás, un torero elegido, que de niño soñaba con ser futbolista y sin antecedentes taurinos familiares. De nuevo la tremenda diferencia entre un destinado y un elegido.
Manuel, el pequeño de su casa, huérfano de padre desde los seis años y con la responsabilidad de atender en todo lo necesario a su madre, cinco hermanas y tres sobrinas. José, el mayor, perfectamente criado como primogénito de un joven matrimonio con profesiones altas, del que más tarde nacieron tres varones. O sea la casa de Córdoba estaba regida por mujeres, mientras la de Galapagar por hombres.
Entonces, ¿en qué se parece José Tomás a Manolete? En nada, son dos toreros diferentes en épocas diferentes. ¿Quién ha hablado de imitación? Imposible, puesto que si José pretendiera parecerse a Manuel, también nos tendría que recordar a los incontables discípulos que siguieron dignamente la brillante escuela dejada por Monstruo. De valor los dos, de mucho valor. Los dos con una extraordinaria personalidad dentro y fuera del ruedo, y los dos trasgresores tanto en la vida como ante al toro. Nadie sabe lo que contiene una cabeza ajena, menos aun si se trata de la de un torero, menos aun si se trata de la de José Tomas. ¿Será José Tomás aquel rival que Manolete nunca tuvo? Vamos a meternos en la máquina del tiempo, reflexionar, no sea que el destino nos hubiera gastado una broma macabra. Los dos en un mismo cartel y se habrían terminado las dudas.
Precioso Carmen
ResponderEliminarEL PASMO DE GALAPAGAR
Gracias, Pasmo, ya está bien, hombre, ya esta bien...
ResponderEliminarCarmen