A raíz de lo ocurrido en Azuaga y Tamames, podemos destacar dos conclusiones:
1. Si los ganaderos no dejan afeitar a sus toros. No se afeita.
2. Si el empresario, alcaldes en esos casos, se ponen de parte del fraude, el ganadero se vuelve con sus toros al campo. Si el alcalde hace lo que debe hacer, el "afeitador" sale con el rabo entre las piernas.
De todos modos, como indicaba Juan Antonio Hernández, al final el último responsable es el empresario que contrata toreros, compra los toros y te vende la entrada. Bueno, la autoridad tendrá también algo que decir.
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