La idea del indulto fue idealismo ilustrado. Es decir, científico: la pervivencia de la bravura pasaba por el indulto del toro toreado en plaza y en público. Indulto preservado para la bravura clásica. Para la fiereza dentro de unos límites.
Los mercaderes trastocaron la idea. Se cruzó una idea transversal: el espíritu de Walt Disney, la mezquinad financiera de ganaderos, la banalidad literaria, el venal comercio. Ha cundido la idea inaceptable de que un torero “indulta un toro”. Falacia mayúscula. . La estadística enseña que se han indultado por norma cientos de toros como carretones. No bravos, ¿Mansos? Tampoco. Lo duro es admitir como si tal cosa que a un toro “se le perdona la vida”. El indulto es una medalla de latón, que no de oro. El toro bravo muere en la plaza. Y, si no, no sería tan bravo. Los patrocinadores del indulto gratuito llevan años tratando de sofocar el debate sobre el torismo. Nunca podrán convencer.
(Barquerito)
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