Nada hay tan peligroso para la buena marcha del toreo que el matrimonio de este vociferante público con uno de esos matadores que, incapaces de la verdadera creación, se aprestan a falsificarla. Si en una plaza ese aluvión de público fácil no es contrarestado por la presencia exigente y respetada de una suficiente minoría de aficionados, de inmediato la Fiesta se conduce por unos derroteros peligosos, y aun falsos. La ignorancia de los espectadores será prestamente complacida por el torero, puesto que no sólo coincidirán ambos en idénticos deseos de facilidad y comodidad, sino por lo que al supuesto torero le habrá de suponer de éxito visible y , con ello, de poder y beneficios. Suele ocurrir, además, que la mayoría de estos no saben torear de otra manera. A veces tales dictaduras se expanden en el tiempo como interminable pesadilla, y los más claros perdedores suelen ser los toreros de calidad (...) y los buenos aficionados, a los que se les enrarece la posibilidad de presenciar el buen toreo, el cual, por su intrínseca dificultad, es ya de porsí inusual.
Francisco Brines. De su artículo " El arte del toreo: Razonamiento de una mirada"
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