-Escribe Antonio Díaz:
Tampoco es una cuestión de ortodoxia frente a heterodoxia, ni siquiera caben las perturbadoras discusiones carne de tertulia sobre el cargar la suerte, el cite, la colocación de la muleta o la ligazón, porque en Madrid ya todo vale. Y al que no le valga, puerta. Por talibán, chulo y fantasma. Que estos son los nuevos tiempos, en los que si te metes con los de oro es porque no tienes pizca de sensibilidad, y si gustas del toro encastado y fiero te mandarán a Atapuerca, con el Profesor Arsuaga, que lleva sus años buscando el animal prehistórico, como tú, abonado del siete, del seis o de aquel lugar en el que te estafan año tras año.
-Escribe José Ramón Márquez:
El toro es el problema. Si esto no se entiende, ya no se entiende nada. Si todos los toros hubiesen de ser iguales, con esa tontería bovina a la que los modernos y los ignaros llaman bravura, con ir una vez a ese espectáculo, ya valía. Pero el toro es el que trae la incertidumbre sobre su comportamiento, que nadie, afortunadamente, conoce. Creo que en general se mira muy poco al toro y la inmundicia televisiva -la de la prensa también, con esas absurdas reseñas, pero llega a muchísima menos gente- ha convencido a muchos de que aquí sólo hay dos categorías, la del toro que “sirve” y la del toro que no. E incluso entre aficionados se tiende a reducir la visión sobre el toro, pues es tal la preponderancia de la faena de muleta sobre todo el resto de la lidia que parece que todo lo que ocurre en la plaza hasta que el matador toma la franela y el estoque -simulado, excepto Viejo Maestro- carece de interés. Sin embargo, es el toro el gran enigma que hace esto interesante. Tiene doce minutos para mostrarse al público y sucumbir. Enfrente tiene a toda la vida de su matador dedicada a aprender
Estoy de acuerdo, con el texto, visto un toro, visto todos.
ResponderEliminarEsta es la razón por lo que las personas abandonan las plazas, y el número de festejos taurinos descienden estrepitosamente año tras año.
Enrique Pérez.