domingo, octubre 03, 2010

La Torería




Pocos halagos son más bellos como que te digan TORERO. Mucho tiempo antes de saber qué era una verónica o un natural, la querencia o los caireles, gente a la que quiero me había advertido: “torero hay que serlo dentro y fuera de la plaza”. Y yo asentía sin entender, aunque intuyendo. Y vislumbraba pundonor, mando, saber estar, amor propio, nobleza, garbo, señorío. Por eso presté atención cuando, al conocer que Juan Mora volvía a enfundarse el traje de luces, alguien me avisó: “Vas a tener ocasión de ver a un torero”.
Con Juan había tenido la fortuna de coincidir en alguna tertulia taurina. Es un hombre de pelo zaino, ojos claros y buenos, media sonrisa esquinada y, como escribía César González-Ruano, “él, tan noble, tan entero, se había acostumbrado a mirar la vida de perfil”. Nació en Plasencia, en abril del 1963. Tomó la alternativa tres años antes de que yo naciera, en el 83. Lo vi torear por primera vez en Madrid, el 15 de agosto de 2009, en una tarde de calor y zarzuela. Nada en él resultaba impostado; su toreo fluía inspirado, natural e improvisado. Su muleta era tan pura que desgarraba. Este sábado fui a la plaza por él.
Una docena de lances, un natural eterno, un remate de pecho inmenso y un estocanazo en el hoyo de las agujas han puesto la plaza boca abajo. Nunca presencié una vuelta al ruedo más honda, con el hijo de Mora haciendo gala de las dos orejas. A la salida, Victorino decía: “Cuando la plaza de Las Ventas se pone cariñosa, no hay quien la gane”. No es sólo cariño: es gratitud y reconocimiento. Obligación de quitarse el sombrero ante un TORERO, que no es lo mismo que un figurón o una figurita.
La misma semana en que los primeros espadas del escalafón han ido a hablar con la Ministra de Cultura para perderse entre despachos y subvenciones, Juan Mora ha abierto la Puerta Grande de Madrid. No hace falta mudarse de Interior a Cultura para que la fiesta de los toros sobreviva. Hacen falta tardes como ésta. Incluso sus compañeros de cartel, Curro Díaz y Morenito de Aranda (¡qué remates al sexto!), espoleados por el veterano torero, se han venido arriba. La corrida de Torrealta (especialmente el primer y último ejemplar) también ha colaborado para que sea una tarde de las que emocionan y perpetúan en la memoria.
Todos hemos salido de la plaza con una sonrisa, esquinada también, como la de Mora. Dieciséis años después ha vuelto a cruzar el umbral de la Puerta Grande. La calle de Alcalá ha visto a un TORERO.
Fotos: Juan Pelegrín

2 comentarios:

  1. Me hubiese gustado poder presenciar el derroche de toreria que por lo que leo se derramó en Las Ventas.Ese torero del que usted habla no figuraba entre mis toreros "buenos" pero debido a este artículo, si ha sido capaz de poner a Las Ventas bocabajo, es merecedor de que dedique un poco de mi tiempo a indagar en datos sobre su persona.

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  2. Juan Mora es un gran torero. Comenzó muy preocupado por la estética y la verticalidad para ir ganando en naturalidad y en dominio de toros con complicaciones. Yo lo vi en Logroño en 1991 con un excelente toro de Cebada Gago, encastado bravo y codicioso, con las complicaciones propias de la casta. Al toro le dimos la vuelta al ruedo, tomó tres varas recargando, Juan Mora lo lidió y lo sometió con la muleta, ligando series templadas y sentidas, cortó una oreja y yo me quedé con la sensación de que mereció más. Pero todos estuvimos de acuerdo en haber presenciado un espectáculo sin igual.
    Mulillero.

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