El peligro para los toros no está en quienes los aborrecen, sean cuales fueren sus razones, incluso las antiespañolas que cabe sospechar en Cataluña; sino en los taurófilos de oficio y beneficio, en los criadores de animales sin casta y bravura, en los toreros sin arte, en las transferencias autonómicas que disminuyen la condición nacional del espectáculo y, sobre todo, en el matonismo de la Administración y de los empresarios taurinos que, en feliz compaña, abusan de los taurófilos.
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