He leído hoy la crónica de Barquerito y, la verdad, es que vimos de un modo muy parecido lo acontecido en el ruedo. Les copio:
Corrida de espléndidas hechuras. Un espectáculo distinto. De seria conducta pero desiguales fondo y fortuna. Limpio éxito de Tomás Sánchez. Guerrero Alberto Aguilar
Valencia, 20 mar.
Domingo, 20 de Marzo de 2011. Valencia. Última de Fallas. Media plaza. Soleado, fresco.
Seis toros de Adolfo Martín. Corrida de soberbias hechuras, gran trapío y hermoso cuajo. Espléndido el remate de los tres primeros. Descarado un sexto espectacular. Corrida más encastada que poderosa en general. El primero, lesionado, y el cuarto, tullido, apenas contaron. Los otros dieron juego y guerra. El tercero tuvo temple y bondad; clase el sexto. El segundo, cierta fiereza. El quinto, listeza.
Rafael Rubio “Rafaelillo”, de carmín y oro, silencio en los dos. Tomás Sánchez, de verde botella y oro, oreja tras un aviso y aplausos tras dos avisos. Alberto Aguilar, de añil y oro, silencio tras un aviso y una oreja.
Herido menos grave por el sexto Alberto Aguilar.
LA CORRIDA DE ADOLFO Martín tuvo una seriedad imponente. Los tres primeros y el sexto, los cuatro más en el tipo de los albaserradas clásicos, fueron cromos de colección. El sexto estaba al borde de la edad reglamentaria –cumplía los seis años el próximo abril- y llevaba puestas encima las señas de identidad. Vuelto y paso de cuerna, muy descarado y astifino, degollado, proporcionado, fue el más espectacular de los seis. Pero no el único que de partida y con su sola presencia tuvo tomada la plaza. A los tres primeros se les recibió con otras tantas ovaciones. Para reconocer su trapío, su cuajo, su espléndido remate. Todos eran cinqueños cumplidos y el redondeo que confiere un año más de vida se tradujo al primer golpe de vista. Los tres primeros toros, además, galoparon de salida con vivo ritmo y buen compás. Saltó la barrera el segundo y estuvo a punto de hacerlo el tercero. Y el sexto también. En el toro de Albaserrada el salto de barrera no es indicio de mansedumbre. Cuarto y quinto fueron de líneas diferentes: en Saltillo viejo el uno, veleto, astigordo y escobillado, de pechuga formidable, un pavo en toda regla; tocado arriba, astigordo también, menos ágil de cuello el quinto.
Sin ser corrida realmente fiera, fue encastada, sólo que, lesionado tras cobrar en varas, el primero, aleonado y cárdeno, de son felino y humillador, se vino abajo por falta de motor. Arrastraba cuartos traseros, en corto se asfixiaba. Rafaelillo, listo con el capote en lances de dominio pero desiguales, pareció cortar de raíz esa agilidad natural del toro, que, después de perder las manos, tendió a reponer el viaje como los toros celosos. Un pinchazo hondo o una estocada corta. Y un descabello.
Segundo y tercero fueron para el público y para los toreros los dos toros mejores de la corrida. Más suave el tercero, vuelto de pitones, negro entrepelado, de la reata de los Barateros, de mucha bondad por la mano derecha, con más temple que fuelle. Más díscolo el tercero, de la familia de los Aviadores, que claudicó y protestó en el caballo tras lanzazo trasero, pero toro de inquietante personalidad, de rabear y esperar, de atacar, cuando lo hizo, con su carga de dinamita y su correa. La bravura antigua, que es emoción.
Con ese toro arriesgó y peleó el valenciano Tomás Sánchez con entereza, decisión y firmeza. Y paciencia, que es clave para resolver con el toro revoltoso que descubre los errores de la mala colocación, por ejemplo, pero repite por instinto agresivo y permite ligar el natural con el obligado de pecho. Cuando pasó eso, la gente vibró. Cuando el toro vino enganchado del hocico por la mano izquierda, que fue la buena, vibraron todos: toro, torero y gente. La estocada fue de gran habilidad.
A Alberto Aguilar, dispuesto como un gladiador desde el arranque, le costó más acoplarse al aire bonancible del tercero, que le vino de largo y repitió con nobleza. Pero pesaba lo suyo, porque el toro fue pronto. El motor justo: no quería tirones. Justa de recursos, no de gestos, la faena tuvo su hervor. Pero, larga sin motivo, fue de más a menos. Pinchazo y media trasera.
Parte de la apabullante presencia del cuarto estribaba en el saliente de su frente –y era toro cabezón- y, sobre todo, en su densa badana de toro viejo. No tuvo fuerza, renqueó después de varas, se abrió de manos en banderillas, se sentó dos veces en la muleta, estaba cojo. Rafael abrevió. Estocada de gran profesionalidad. Y un descabello.
El raro quinto fue también de rara conducta, distinto en todo a los demás. Roto por un puyazo trasero, fue de mutante condición. Tomás Sánchez sorprendió con verónicas poderosas y de aguante y trazo caros. Después, como en el primer turno, volvió a entregarse con paciencia, sin locuras ni trampa ni cartón. Se quedó al descubierto en un cite y el toro, que se metía por la mano derecha pero descolgó por la otra, lo prendió, arrolló y dejó descalzo pero ileso. Fue toro celoso y en un principio rebrincado. La faena tuvo pausas, momentos de cuerpo a cuerpo, logros sueltos buenos, mucha emoción. Dos pinchazos, una estocada y un descabello. Dos avisos justicieros.
Y el último toro de Fallas, que fue el de los cinco años y once meses recién cumplidos, y que, recibido con admiración, descolgó y humilló con gentileza, se resignó a no poder saltar, perdió las manos después de varas y respiró con fijeza y bondad a las primeras de cambio. De largo vino por la mano diestra, se lo pensó más por la otra, repetía pero dejaba estar. Era, con todo, listo porque no hay toro que no lo sea a esa edad. Inquieto y nervioso Alberto Aguilar de paso en paso, lo veía el toro, lo prendió por la pantorrilla, le pegó por debajo de la rodilla y en la cara anterior del muslo una cornada que hizo mucha sangre. La épica propia del caso, en un ay la plaza y las cuadrillas, cojera terrible del torero de Fuencarral que, en detalle de honor, decidió montar la espada para atacar dos veces y enterrar en el segundo intento una estocada mortal.
yo pense lo mismo cuando la lei en el diario Hoy
ResponderEliminarA mi el quinto me pareció fuera del tipo albaserrada de todas todas, me recordaba tremendamente a un toro miureño: grandísimo, agalgado y tan huesudo. No sé si es cosa mía o le pasó a más aficionados.
ResponderEliminarEstoy totalmente de acuerdo con Vazqueño. También lo pensé durante la corrida.
ResponderEliminarÁlvaro G.
a la corrida le falto fuelle y picante, si acaso se salvo el 2 y un poco el 6, asi que no subamos tanto al altar a DON ADOLFO.
ResponderEliminarnO ERA EL 6 UNO DE LOS DEVUELTOS DE MADRID.
Pitarra
Pues sí, la corrida no fue nada del otro mundo en cuanto a casta. Últimamente veo mucho toro sosón, tanto en Adolfo como en Victorino, antes lo que se veía sobre todo eran encastados en bravo o encastados en alimaña, y ahora cada vez más toros insípidos de los grises. Eso es lo que más preocupa.
ResponderEliminarA mí me pasó con el 4º, que se me dio un aire ybarreño, por esa cara y esas mazorcas tan gordas.
ResponderEliminarLuis Miguel.
Hubo varios de esos, pocos hocicos afilados se vieron...
ResponderEliminar"En el toro de Albaserrada el salto de barrera no es indicio de mansedumbre".
ResponderEliminarY digo yo, ¿ en los demás encastes, si lo es ?