domingo, diciembre 16, 2012

¿Toro bravo o animal de granja? (François Zumbiehl)



En el argumentario presentado para la inscripción de la corrida en la lista del patrimonio cultural inmaterial de Francia, el tema ecológico ha tenido un impacto importante. Se ha insistido en el hecho de que el toro bravo vive en libertad durante cuatro años, bajo una mínima vigilancia del hombre, en espacios extensivos que preservan la fauna y la flor salvajes, que él mismo es un compendio casi perfecto de la alianza entre naturaleza y cultura, y que la Fiesta está basada en el respeto y el mantenimiento a toda costa de su condición de animal bravo, es decir de origen salvaje.
Pues bien, viendo los resultados de la última temporada, donde en demasiadas ocasiones los toros de las figuras, en el mejor de los casos, «se dejan», uno se pregunta dónde va a parar la pérdida de casta. Uno se pregunta además si las condiciones de cría de este ganado corresponden a lo que ha sido mencionado en la ficha francesa, o si ya se trata de una presentación idílica de la realidad, salvo muy honrosas excepciones.
Es obvio que cada vez más vivimos en una sociedad donde impera la rentabilidad, donde también la apariencia a los ojos del consumidor prima sobre el fondo. Como los melocotones con sus colores relucientes, los toros tienen que impresionar por su tamaño, su peso – lo que descarta muchos encastes antiguos - y sus pitones astifinos. Luego vienela incógnita del sabor para los unos, y de la casta para los otros. La rentabilidad se impone asimismo al espectador y al torero, por lo menos al que se encuentra en condiciones de hacer prevalecer su criterio, y eso exige que el toro colabore inmediatamente, que no ofrezca casi resistencia, que no haga perder tiempo con los tanteos de la lidia, y que permita el número suficiente de pases como para cortar orejas, lo cual da fe al público-consumidor que no ha perdido el dinero de la entrada.
La rentabilidad también se impone al final a muchos ganaderos y les lleva a reservar para su ganado cercados cada vez más reducidos, ahorrando de esta manera espacios para actividades más productivas que el pasto, y por supuesto a colocar fundas a los toros para que no se estropeen los pitones y no se pierdan animales por ser heridos o muertos en las peleas del campo.
¿Cuál es el resultado de todas estas manipulaciones, que se juntan con las que imponen los reglamentos sanitarios exigidos por Europa, y con las que sirven para fortalecer las patas de los animales debilitados por no tener ya la posibilidad de recorrer a su aire amplios espacios? Pues que el toro bravo, por su imagen – ¡nada más feo y contraproducente para el significado de la Fiesta y su valor ecológico que ver a estos animales enfundados y acorralados! –, por su convivencia acentuada con el hombre y me temo que por su comportamiento, está cada vez más cerca del animal de granja que del animal salvaje.
Si de verdad queremos preservar el equilibrio fundamental de la tauromaquia y defender la idea que constituye, más allá de las consideraciones económicas, un auténtico patrimonio cultural, todos tenemos nuestra responsabilidad. Los toreros tienen que considerar el medio y no sólo el corto plazo en sus exigencias en cuanto al ganado.¿Vale la pena acumular tantas tardes grises con toros descafeinados, sobre todo cuando uno es torero de poder y podría triunfar clamorosamente con animales más encastados? A los aficionados conviene aprender o reaprender a asumir las incertidumbres inherentes a la Fiesta, saber aplaudir a los toreros que lidian de forma decorosa incluso cuando el toro no les permite estar lucidos.
Tienen que aceptar también que los pitones estén a veces astillados o ligeramente estropeados precisamente porque están intactos y porque estos defectos se deben únicamente - ¡no seamos mal pensados! - a las vicisitudes naturales del campo. ¡Un cuerno astifino puede ser tan artificial como las uñas largas y puntiagudas de algunas señoras!
Pero la responsabilidad mayor incumbe sin lugar a dudas a los ganaderos. Merecen el respeto de los otros profesionales, de los aficionados, y la protección al mismo tiempo que la vigilancia de las autoridades autonómicas y estatales. Y ahí se me ocurre que hay que marcar una clara diferencia entre los que buscan ante todo el negocio y los que tratan de mantener hasta el límite de lo posible latradición ganadera en toda su autenticidad.
¿Por qué no pensar en distinguir a estos últimos, si cumplen con los requisitos marcados por la autoridad en concertación con los profesionales, con una señal comercial comparable, en el campo de la agricultura y de la viña, a la «denominación de origen» o a los «productos biológicos», algo como «ganadería dedicada a la cría ancestral del toro bravo»? Claro está, tal denominación deberá ser tomada en cuenta por los empresarios y por el público, comunicada a las autoridades europeas para conseguir dentro de lo posible dispensas en las innumerables obligaciones sanitarias, y, desde luego, corresponder a un precio mínimo obligatorio, a convenir, para la compra de dicho ganado. Este precio debería, en particular, integrar elporcentaje de pérdidas de animales en el campo, del mismo modo que la venta del pescado fresco – por eso es más caro que el congelado – integra el porcentaje de pescados que resultan inaptos para el consumo.
Por supuesto, estos no son más que los principios de base para preservar, como lo he dicho antes, el imprescindible equilibrio entre naturaleza y cultura, fundamento a mi modo de ver de la cría del toro bravo. Luego viene todo el trabajo de selección y de determinación de los criterios por parte del ganadero. A este respecto sueño con una Fiesta en la que el toro vuelva a ser el protagonista, con ferias en las que el empresario elija las ganaderías ateniéndose a las exigencias de los públicos y después contacte con los toreros interesados en matarlas…
Estas propuestas pueden ser tachadas de ingenuas o utópicas, molestar a algunos profesionales, bien lo sé. ¡Ojalá estimulen otras propuestas mejores aún! En los toros, como en la vida, hay que arrimarse y adelantar la pierna para tener futuro.
François Zumbiehl en abc

Nota: En este post me he saltado dos normas, la primera es la de no publicar fotos de toros  con las siniestras fundas y la segunda la de no copiar un artículo completo. 



5 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. si vuelve a poner toros con fundas, perdera un lector, ya se lo digo, al final van ustedes a claudicar tambien?


    Juan Carlos

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    1. esa fotografía de toros con las siniestras fundas la hemos publicado como excepción y así lo hemos hecho constar. Creo q el artículo merecía dicha excepción

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    2. que cosa mas horrible ver a los toros con fundas, me parece una falta de respeto total al animal, se le deja indefenso en el campo y se le hace pasar dos veces por el mueco (para ponerlas y quitarlas) de forma innecesaria, tanta manipulacion no puede ser buena en absoluto, que pena que cada vez sean mas ganaderos los que lo hagan. Yo solo digo que nunca antes habian existido las fundas, toda la vida se han estropeado toros y no a pasado nada, cuantos toros magnificos se habran lidiado en plazas inferiores o habran acabado en las calles o en el matadero por dañarse los pitones, pero es una posibilidad que siempre a estado ahi y que a hecho mas dificil aun la labor de ser ganadero, definitivamente hoy se tiende a ir a lo facil, que no se estropee ningun toro para poder venderlos todos y ganar cuanto mas mejor, pero por ningun lado veo que la fiesta haya mejorado, ¿que preferimos que mejore? ¿la fiesta o el bolsillo de los ganaderos?

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    3. La idea es q mejore la fiesta y el bolsillo de los ganaderos de verdad. todo ello, eso si, sin las siniestras fundas

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