El Condestable don Miguel Lucas tenía mando en plaza en Jaén cuando la Edad Media acababa. El origen del personaje era tan oscuro como la autoría de su crónica. Consta que fue amigo del boato, de los ejercicios caballerescos y de la tauromaquia, hacia la que hubo gran afición en los años de Juan II y Enrique IV. No faltaban, además, emociones fuertes pues muy cerca estaba la frontera con el Reino de Granada y las algaras, ahumadas y entradas eran cosa cotidiana para los de uno y otro lado. Hay varias referencias a lances con toros en la Relación de los hechos del muy magnífico señor don Miguel Lucas, muy digno condestable de Castila. Doy cuenta de algunos y de manera breve.
En una ocasión, era el año 1460, se celebró la venida al embajador del Rey de Francia. En el alcázar de Bailén se corrieron unos toros a los que se “mandó soltar una leona muy grande que allí tenía, la cual espantó toda la gente que andava corriendo los toros y anduvo a vueltas dellos; pero quiso Dios que no fizo daño a persona alguna”. Una vez acabado el festejo y muertos los toros, dice el cronista, “el leonero tomó la dicha leona y llevola a encerrar do solía estar”.
En el mismo año de 1460, ya en Jaén, se lidiaron “çinco o seis toros” y “como el uno dellos tomare en los cuernos un ombre, debajo del mirador donde estava [el Condestable], con muy grande discreción e presteza le socorrió, echando a los cuernos del toro un coxin de brocado que debaxo de los cobdos tenia y el toro, por tomar el coxin, afloxó del ombre y asi fuyó y escapó con la vida”. En ocasiones como ésta nuestro personaje gustaba de lanzar frutas y otras cosillas, para obsequiar al numeroso público que asistía a estos regocijos y festejos. Tampoco faltaban los atabales, chirimías y ministriles.
Eran toros cerriles y difíciles, criados en las sierras cercanas. A veces demostraban bravura y fuerza, como los que se jugaron en enero de 1465, “los quales fueron tales y tan bravos, que nunca ombres mejores los vieron; tanto que alcanzaron y trompicaron con los cuernos quince o veinte personas, pero plugo a Nuestro Señor, que ninguno non peligró ni murió”. También embistió una res contra ciertas gradas construidas sobre un pilar y “quando el toro viníe por allí, por fuir, caían munchos en el dicho pilar y el toro en pos dellos, que era el mayor plazer del mundo mirallo”.
En una ocasión, era el año 1460, se celebró la venida al embajador del Rey de Francia. En el alcázar de Bailén se corrieron unos toros a los que se “mandó soltar una leona muy grande que allí tenía, la cual espantó toda la gente que andava corriendo los toros y anduvo a vueltas dellos; pero quiso Dios que no fizo daño a persona alguna”. Una vez acabado el festejo y muertos los toros, dice el cronista, “el leonero tomó la dicha leona y llevola a encerrar do solía estar”.
En el mismo año de 1460, ya en Jaén, se lidiaron “çinco o seis toros” y “como el uno dellos tomare en los cuernos un ombre, debajo del mirador donde estava [el Condestable], con muy grande discreción e presteza le socorrió, echando a los cuernos del toro un coxin de brocado que debaxo de los cobdos tenia y el toro, por tomar el coxin, afloxó del ombre y asi fuyó y escapó con la vida”. En ocasiones como ésta nuestro personaje gustaba de lanzar frutas y otras cosillas, para obsequiar al numeroso público que asistía a estos regocijos y festejos. Tampoco faltaban los atabales, chirimías y ministriles.
Eran toros cerriles y difíciles, criados en las sierras cercanas. A veces demostraban bravura y fuerza, como los que se jugaron en enero de 1465, “los quales fueron tales y tan bravos, que nunca ombres mejores los vieron; tanto que alcanzaron y trompicaron con los cuernos quince o veinte personas, pero plugo a Nuestro Señor, que ninguno non peligró ni murió”. También embistió una res contra ciertas gradas construidas sobre un pilar y “quando el toro viníe por allí, por fuir, caían munchos en el dicho pilar y el toro en pos dellos, que era el mayor plazer del mundo mirallo”.
Gómez de Lesaca
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