Escribe Joaquìn Vidal:
“La visita a la ganaderìa de Cuadri en los campos onubenses de Trigueros era profesional, con el propósito de hacer un reportaje , y el ganadero tuvo la amabilidad y la paciencia de enseñarnos una a una, todas las corridas del año. Fernando Cuadri iba a caballo, con el mayoral, por dentro de los cercados, y por fuera íbamos el fotógrafo y yo en una camioneta, que conducía el hermano del ganadero.
Cada corrida se encontraba en distinto cercado y los de a caballo trotaban en busca de los toros, que a veces se encontraban en frondas lejanas, o los reunìan si andaban desperdigados. Con pocas voces y escasos movimientos cumplìan su propósito y los toros acudìan, obedientes, a nuestra proximidad, donde paraban y seguían pastando, o ramoneando, u olisqueando por allì, ajenos a nuestra presencia. Cuando ya los habìamos contemplado a plena satisfacción, los caballistas daban un par de voces y unos cuantos braceos, y los toros se alejaban con tanto sosiego como habìan venido.
Al llegar al cuarto o quinto cercado se produjo un incidente muy significativo. Fernando Cuadri y su mayoral cabalgaron en dirección al fondo de la finca, donde se habìan ido los toros y al cabo de un rato volvieron trayéndolos con las mismas sencillas operaciones que las veces anteriores e igual sosiego.
Una tapia separaba el cercado del camino y, naturalmente, el fotógrafo, el hermano del ganadero y yo nos encontrábamos pegados a ella en el lado de acà, que era seguro. La tapia no se crea que estaba hecha de cualquier forma. Se trataba de una tapia sòlida construida con ladrillo y cemento.
Llegaron el ganadero y el mayoral con los toros, y estos se pusieron a deambular pacíficamente por las cercanìas de la tapia. No todos, pues uno se quedo rezagado, a la distancia; y aunque lo vocearon, lo bracearon y lo rodearon a caballo, no se quiso acercar y lo dejaron por imposible. Vistos los toros, le dijimos al ganadero que por nosotros valìa, y los azuzò para que se marcharan, lo que asì hicieron. Pero apenas se habìan alejado un trecho, el rezagado se engallò, emprendió un galope tendido hacia donde nos encontrábamos y brincò con el evidente propósito de alcanzar el camino. El susto que nos dio fue tremendo y nos apresuramos a refugiarnos tras el coche. Allì permanecimos los tres, acurrucados, en tanto oìamos los furiosos derrotes del toro contra la tapia. Le preguntè al ganadero:
_¿Nos metemos en el coche?
_ No, calla . Silencio y que no nos vea
Los tres hechos una piña, escondidos y hiertos, aguardamos a que pasara el peligro durante unos minutos que nos parecieron eternos, en tanto oìamos el rebullir y bocear del ganadero y el mayoral para alejar a la res enfurecida. Lo consiguieron a poco y nos avisaron que podìamos salir. Volvimos al lugar del suceso y nos quedamos de una pieza: el toro habìa destruido a cornadas parte de la tapia y el boquete era de tal tamaño que fácilmente habrìa podido franquearlo.
_ ¿Se ha roto los cuernos?_preguntamos al ganadero.
_ No_ respodio._ Estàn intactos.
Observamos atentamente las astas de aquel toro. Por supuesto que se las habrìa podido partir en sus derrotes contra la tapia, pero hubo suerte que no fuera asì, y además no se advertía ni merma ni huella alguna en los pitones, de dureza diamantina.
Cuando ciertos ganaderos justifican la sospecha de afeitado de los toros (...) aduciendo que se rascan en lo árboles, en las piedras y en la tierra, a uno siempre le ha dado la impresión de que esas son peregrinas excusas. Tras el incidente en la ganaderìa de Cuadri, le parecen historias para no dormir. "
“La visita a la ganaderìa de Cuadri en los campos onubenses de Trigueros era profesional, con el propósito de hacer un reportaje , y el ganadero tuvo la amabilidad y la paciencia de enseñarnos una a una, todas las corridas del año. Fernando Cuadri iba a caballo, con el mayoral, por dentro de los cercados, y por fuera íbamos el fotógrafo y yo en una camioneta, que conducía el hermano del ganadero.
Cada corrida se encontraba en distinto cercado y los de a caballo trotaban en busca de los toros, que a veces se encontraban en frondas lejanas, o los reunìan si andaban desperdigados. Con pocas voces y escasos movimientos cumplìan su propósito y los toros acudìan, obedientes, a nuestra proximidad, donde paraban y seguían pastando, o ramoneando, u olisqueando por allì, ajenos a nuestra presencia. Cuando ya los habìamos contemplado a plena satisfacción, los caballistas daban un par de voces y unos cuantos braceos, y los toros se alejaban con tanto sosiego como habìan venido.
Al llegar al cuarto o quinto cercado se produjo un incidente muy significativo. Fernando Cuadri y su mayoral cabalgaron en dirección al fondo de la finca, donde se habìan ido los toros y al cabo de un rato volvieron trayéndolos con las mismas sencillas operaciones que las veces anteriores e igual sosiego.
Una tapia separaba el cercado del camino y, naturalmente, el fotógrafo, el hermano del ganadero y yo nos encontrábamos pegados a ella en el lado de acà, que era seguro. La tapia no se crea que estaba hecha de cualquier forma. Se trataba de una tapia sòlida construida con ladrillo y cemento.
Llegaron el ganadero y el mayoral con los toros, y estos se pusieron a deambular pacíficamente por las cercanìas de la tapia. No todos, pues uno se quedo rezagado, a la distancia; y aunque lo vocearon, lo bracearon y lo rodearon a caballo, no se quiso acercar y lo dejaron por imposible. Vistos los toros, le dijimos al ganadero que por nosotros valìa, y los azuzò para que se marcharan, lo que asì hicieron. Pero apenas se habìan alejado un trecho, el rezagado se engallò, emprendió un galope tendido hacia donde nos encontrábamos y brincò con el evidente propósito de alcanzar el camino. El susto que nos dio fue tremendo y nos apresuramos a refugiarnos tras el coche. Allì permanecimos los tres, acurrucados, en tanto oìamos los furiosos derrotes del toro contra la tapia. Le preguntè al ganadero:
_¿Nos metemos en el coche?
_ No, calla . Silencio y que no nos vea
Los tres hechos una piña, escondidos y hiertos, aguardamos a que pasara el peligro durante unos minutos que nos parecieron eternos, en tanto oìamos el rebullir y bocear del ganadero y el mayoral para alejar a la res enfurecida. Lo consiguieron a poco y nos avisaron que podìamos salir. Volvimos al lugar del suceso y nos quedamos de una pieza: el toro habìa destruido a cornadas parte de la tapia y el boquete era de tal tamaño que fácilmente habrìa podido franquearlo.
_ ¿Se ha roto los cuernos?_preguntamos al ganadero.
_ No_ respodio._ Estàn intactos.
Observamos atentamente las astas de aquel toro. Por supuesto que se las habrìa podido partir en sus derrotes contra la tapia, pero hubo suerte que no fuera asì, y además no se advertía ni merma ni huella alguna en los pitones, de dureza diamantina.
Cuando ciertos ganaderos justifican la sospecha de afeitado de los toros (...) aduciendo que se rascan en lo árboles, en las piedras y en la tierra, a uno siempre le ha dado la impresión de que esas son peregrinas excusas. Tras el incidente en la ganaderìa de Cuadri, le parecen historias para no dormir. "
Muy interesante la narración de Vidal.
ResponderEliminarAunque tarde, quería felicitar a Pedro por su emotiva y brillante carta a los Cuadri. Ciertamente, este año estaremos muy pendientes de que sus corridas triunfen no sólo por lo que tiene de bueno para la Fiesta y para nuestro disfrute, también por que se lleven las mayores alegrías posibles la gente tan maravillosa que hemos tenido el gusto de conocer en Comeuñas.