EDITORIAL
Una
vez concluida la Reconquista, España tuvo que ofrecerle a su nobleza
guerrera un campo de batalla donde hacer méritos. En
la liza de los
torneos, después de compartir
espacio con los juegos de cañas, el toro se impuso como referente
incuestionable de la bravura y la hombría de aquellos que intentaban
lucirse ante el poder establecido y el pueblo. A lo largo de la Edad
Media, este toro pastaba en los campos de Castilla y encontramos su
origen en los grabados de Siega Verde. Con el tiempo, llamaron a este
toro “raza morucha”, término que hacía referencia a su
capacidad de embestir con el “morro”, a diferencia de los que
atropellaban sin humillar. Los toros de Castilla tuvieron su periodo
de esplendor durante todo el Renacimiento gracias a no pocos
ganaderos, hoy olvidados, que han dejado su huella, tanto por
Salamanca como por Zamora y los rasos de Portillo. La orografía de
Castilla explica que no pasaran de la Cordillera
Central para llegar, por ejemplo, hasta la región colmenareña.
Hasta allí subió, desde Toledo y La Mancha, la raza de los Toros de
la Tierra, famosa en los siglos XVIII y XIX, antes de ser desahuciada
por los encastes andaluces.
¿Qué fue de la raza de Castilla cuando los
toreros decidieron dejarla progresivamente de lado tras la muerte de
Pepe-Hillo? Desapareció de los ruedos, pero siguió existiendo,
hasta no hace mucho tiempo, en las capeas y los encierros de la zona,
antes de ser cruzada, y más o menos absorbida, por otras razas
cárnicas de mayor rendimiento.
Foto vía: Por el pitón derecho
No hay comentarios:
Publicar un comentario