Pero en el salón no cabía un alfiler. No se olvide que convocaba un rico, riquísimo, y, amigo, tonterías las precisas, que allí había que estar por lo que pueda ocurrir en el futuro. Pero no todo quedó ahí. Los medios de comunicación presentes preguntaron a los asistentes su opinión sobre el asunto y se produjo entonces una antología del absurdo, una secuencia para la historia, en la que taurinos de distinta procedencia compitieron en lugares comunes y necedades, y casi todos de acuerdo en que el desembarco del señor Bailleres será la salvación de la fiesta de los toros.
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Es lo que suele ocurrir cuando a un rico riquísimo se le ocurre cualquier idea por descabellada que sea: que a todos se nos dobla el espinazo por si acaso.
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Bienvenido sea Alberto Baillares a esta economía de libre mercado, pero sepan todos los que quieren quedar bien con él (por si acaso) que los monopolios no son buenos, y que la concentración de poder afecta a la libre competencia. Don Alberto querrá mandar, porque a ello está acostumbrado, y dinero le sobra para comprar plazas, toros, toreros y voluntades varias. Y eso no es nada bueno. Imaginen: si estás conmigo, lidiarás en mis plazas; de lo contrario, te llevas los toros al matadero. Si estás conmigo, toreas; si no, ya sabes…
Antonio Lorca en "Albricias, que viene Bailleres!"
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