Barquerito (Aquí la crónica completa)LAS HECHURAS DE LA corrida de Adolfo Martín fueron impecables. Cinqueños los seis toros del reparto; dos de ellos, tercero y quinto, a punto de cumplir el tope reglamentario de los seis años; tres llevaban el mismo nombre, Aviador, pero, siendo de reata común, salieron de condición tan diversa que ni siquiera el nombre fue pista fiable esta vez. Seriamente armados, astifinos los seis y de muy finos cabos y cañas también. Cárdenos o negros entrepelados, la pinta clásica de la procedencia Saltillo vía Albaserrada. Unos más altos, otros más largos, ofensivos sin excepción, los toros de Adolfo pusieron, más por las formas que por el fondo, alto el listón del tramo torista del abono de Fallas, bautizado como “feria de encastes”.Uno de los seis, el primero de los tres Aviadores, tercero de corrida fue toro de particular categoría. Bajo de agujas, ligero, 521 kilos, el más liviano de todos, cárdeno claro, tuvo por seña peculiar la de lucir cresta negra en la penca del rabo. Galopó como solo pueden hacerlo los toros cortos de manos y tomó engaño descolgado y humillado en largos viajes. Como era toro bien abierto de cuerna –caídas las palas acapachadas-, ese modo de descolgar y humillar se hizo más que patente. Fue, encima, toro muy pronto y elástico. La gracia de la bravura.Un primer puyazo tomado demasiado en corto –se encontró el toro al caballo encima- y un segundo al que acudió alegre para meter los riñones y apretar como los elegidos. Picó con acierto Ángel Rivas, sangró bien el toro, quitó Ferrera con lances limpios y replicó David Esteve sin brillo. Era el toro de Esteve, que hace un año y en Fallas tuvo la fortuna de llevarse del sorteo otro toro de Adolfo de extraordinario y todavía más serio que éste.Esta faena de ahora no tuvo la emoción de aquella otra. Y no porque no la pusiera el toro, que quiso por la mano derecha con soberbio estilo y llamativa nobleza y sólo tuvo el pero de avisarse un poco al enganchar tela por la mano izquierda. No dejó de querer por ninguno de los dos pitones. Esteve, que no torea apenas, hizo de tripas de corazón. No es que fuera un trágala –tan claro era el toro con toda su gracia- pero no era fácil ni estar ni acomodarse. No pegó el torero tirones, acompañó mal que bien los viajes, esperó las repeticiones sin enmendarse. Pero no se templó. Los paisanos de Rafelbunyol, pueblo límite de la Huerta norte, pidieron música y, si llega a entrar la espada a la primera y bien, piden la oreja. Porque parecían mayoría. Un pinchazo, una estocada defectuosa soltando el engaño y un descabello. Vuelta al ruedo. Gran ovación en el arrastre para el toro. No hubiera estado de más la vuelta al ruedo.
Foto: Rullot para Aplausos
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